Desde tiempos antiguos, las civilizaciones adoraban a figuras femeninas que representaban la maternidad, la fertilidad y la protección. Isis en Egipto, Deméter en Grecia o Cibeles en Frigia fueron deidades madre que los pueblos consideraban como dadoras de vida y guardianas de sus familias y tierras. Cuando el cristianismo se expandió a estas áreas, la Iglesia Católica de ese entonces adoptó símbolos y prácticas de esas creencias paganas para facilitar la conversión. En lugar de eliminar los cultos a las diosas, sustituyeron las imágenes por la figura de María, dándoles una capa de “cristianización” que permitió que muchas personas sintieran familiaridad con el cristianismo. Así, en lugar de ser fieles a la Palabra, cayeron en el error de crear una nueva forma de adoración que contradice las Escrituras.
La Biblia es clara al enseñarnos que solo hay un Dios verdadero y que la adoración debe dirigirse únicamente a Él. Exaltar a María como mediadora o madre de todos es, desde la perspectiva bíblica, un desvío doctrinal que no tiene fundamento en la Palabra de Dios. Jesús mismo nos enseñó que solo Él es el camino al Padre y que no hay otro intermediario entre Dios y el hombre (1 Timoteo 2:5). La práctica católica de adorar a María y asignarle títulos y roles que le pertenecen solo a Dios contradice directamente estas enseñanzas bíblicas y cae en la idolatría. La imagen de María sosteniendo al niño Jesús, similar a la de Isis con Horus, muestra cómo el sincretismo entre la cultura pagana y la tradición católica ha creado una distorsión del cristianismo verdadero. Lo que originalmente fue una mujer fiel y obediente al plan de Dios se convirtió en una figura casi divina a los ojos de muchos católicos, quienes ponen su fe y esperanza en María en lugar de hacerlo únicamente en Cristo.
Para un verdadero creyente, el culto a María no es una devoción inocente ni una muestra de respeto; es una idolatría que ofende a Dios y contradice Su Palabra. No se debe dar a ninguna figura humana, ni siquiera a María, un lugar que le corresponde solo a Dios. Las prácticas católicas de oración a María, su exaltación como reina del cielo o su intercesión son, para nosotros, una violación clara del primer mandamiento: «No tendrás dioses ajenos delante de mí» (Éxodo 20:3). Esta idolatría encubierta que intenta justificar una adoración falsa bajo la apariencia de devoción es un problema serio que necesita ser confrontado con la verdad bíblica.
El sincretismo cultural que llevó a la exaltación de María es un recordatorio de la importancia de permanecer fieles a la Palabra de Dios y de evitar cualquier desviación que intente justificar prácticas que van en contra de la Escritura. La adoración, el honor y la gloria solo pertenecen a Dios. En vez de mirar a figuras humanas como María, por muy especiales que sean, debemos dirigir nuestra adoración, fe y esperanza exclusivamente hacia Jesucristo, el único que merece nuestra reverencia y en quien encontramos nuestra salvación.