La luz del mundo

“Otra vez Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”. Juan 8:12 

En la fiesta de los tabernáculos en el Atrio de las Mujeres, donde Jesús estaba este día (Juan 8:20), se llevaba a cabo la ceremonia conocida como “la iluminación del templo”, en ella se encendían las lámparas de unos resplandecientes candeleros que iluminaban toda Jerusalén, esto simbolizaban la columna de nube de día y de fuego de noche que guió al pueblo de Israel por el desierto (Éxodo 13:21-22).

Bajo la luz que producían durante toda la noche el pueblo celebraba con danza, cántico y alabanza mientras sostenían antorchas en sus manos. Los músicos levitas también participaban. Jesús aprovechó esta oportunidad en la que se encendían las antorchas para describir otra analogía espiritual al pueblo: “Yo soy la luz del mundo”. Pero con todo este trasfondo esta declaración suprema y exclusiva de Jesús (que se repite en Juan 9:5) de ser la luz de todo el mundo (de gentiles, así como de judíos) sobresaltó a los fariseos y constituyó un desafío a la postura de ellos de oposición.

Este era un fuerte y elocuente contraste con la oscuridad de los que se oponían a Jesús esos que le acababan de llevar a la mujer sorprendida en adulterio.

Por otra parte, el Antiguo Testamento a menudo habla de la Palabra de Dios como luz: “Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino” Salmo (119:105), “Envía tu luz y tu verdad; éstas me guiarán” (Salmo 43:3). Como Jesús es el Verbo (Juan 1:1), tiene perfecto sentido que también sea la luz.

Fuente: En su Contexto – 100 versículos del NT en su contexto cultural

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