En Romanos 3:28, el apóstol Pablo afirma: «Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley». Esta declaración parece contradecir la enseñanza de Santiago en Santiago 2:24: «Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe». Al leer estos dos pasajes, a primera vista podría parecer que hay una contradicción irreconciliable entre ellos. Sin embargo, un análisis más profundo revela que no se oponen, sino que abordan diferentes aspectos de la justificación en contextos distintos.
Pablo está respondiendo a una situación particular en la que los judaizantes, aquellos que intentaban imponer la observancia de la ley mosaica como requisito para la salvación, argumentaban que la justificación ante Dios dependía de las obras de la ley. Estos individuos creían que la observancia de los mandamientos, especialmente los ceremoniales, era indispensable para ser declarado justo ante Dios. Ante este error, Pablo expone que la justificación no depende de las obras de la ley, sino de la fe en Jesucristo. Su enseñanza es clara: la justificación es un acto de gracia divina que se recibe únicamente por medio de la fe, sin ningún mérito o esfuerzo humano. En otras palabras, el ser humano es declarado justo ante Dios no por lo que hace, sino por lo que Cristo ha hecho por él. La fe en Cristo es el medio por el cual Dios imputa justicia al creyente, y no las obras de la ley.
Por otro lado, Santiago está abordando una problemática distinta. En su carta, no está refutando el uso de las obras de la ley para la justificación, sino que está corrigiendo el error de aquellos que afirmaban tener fe, pero que no demostraban ninguna evidencia de esa fe a través de sus obras. Santiago combate una falsa concepción de la fe, que es solo intelectual o verbal, pero no transformadora. Según él, una fe genuina siempre produce frutos visibles, es decir, buenas obras. De acuerdo con Santiago, la fe sin obras es muerta (Santiago 2:17), y las obras sirven como la evidencia externa de que la fe ha sido realmente recibida. Por lo tanto, cuando Santiago dice que el hombre es justificado por las obras y no solo por la fe, se refiere a la justificación visible ante los hombres, no a la justificación ante Dios. En otras palabras, las obras no son el medio por el cual una persona es justificada ante Dios, sino la manifestación de que la fe auténtica está presente.
Así, la aparente contradicción se resuelve cuando entendemos que Pablo y Santiago están hablando de aspectos diferentes de la justificación. Pablo se enfoca en la justificación en el contexto de la relación personal con Dios, explicando que esta se obtiene por la fe en Cristo y no por obras de la ley. Santiago, por su parte, está hablando de la justificación pública ante los demás, destacando que una fe verdadera se ve en las obras. Mientras que la fe es la causa de la justificación ante Dios, las obras son la evidencia de una fe genuina ante los hombres.
Este entendimiento armoniza ambos pasajes, mostrando que no hay contradicción entre la enseñanza de Pablo y la de Santiago, sino una complementación. Pablo enseña cómo el hombre es justificado ante Dios, mientras que Santiago enseña cómo se ve esa justificación en la vida del creyente. La fe y las obras no están en conflicto, sino que son inseparables en el proceso de salvación: la fe justifica al creyente ante Dios, y las obras demuestran esa justificación al mundo.
Por lo tanto, la clave está en reconocer que la justificación es por fe, como Pablo enseña, pero esa fe genuina siempre producirá obras, como señala Santiago. Ambos aspectos son necesarios para entender la naturaleza completa de la salvación: la fe es el principio, las obras son la manifestación.