«Entonces vino uno y le dijo: Maestro bueno, ¿qué bien haré para tener la vida eterna? […] Le dijo: Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos.» Mateo 19:16-17
En el relato del joven rico, encontramos un detalle significativo en el uso del verbo «guardar» en dos ocasiones, lo cual ilumina la diferencia entre la intención de Jesús y la comprensión superficial del joven. En el versículo 17, cuando Jesús dice “guarda los mandamientos,” el verbo griego utilizado es τηρέω (tereo), que aparece en forma imperativa. Este verbo implica no solo un conocimiento intelectual, sino una observancia sincera, tanto externa como interna, con una actitud de obediencia que nace del corazón. Jesús estaba llamando al joven a un compromiso genuino que reflejara amor y prioridad hacia Dios.
Sin embargo, la respuesta del joven en el versículo 20 utiliza otro verbo: ἐφυλαξάμην (efylaxamen), que significa «he cuidado» o «he conocido.» Este verbo no implica necesariamente obediencia o cumplimiento, sino más bien un reconocimiento intelectual de los mandamientos. En esencia, el joven declaró que estaba familiarizado con la Ley, pero sin haberla guardado de manera integral y profunda. Esto pone en evidencia una desconexión entre lo que Jesús pedía y la respuesta que el joven ofrecía, basada en una religiosidad externa.
El desenlace de esta conversación revela que el joven no había cumplido ni siquiera el primer mandamiento: amar a Dios por encima de todas las cosas. Al ser desafiado a vender sus posesiones y seguir a Jesús, mostró que su corazón estaba ligado al dinero y no a Dios. Este pasaje nos recuerda que el discipulado genuino exige una entrega total, donde Cristo ocupa el lugar central de nuestra vida.