“Porque pasando y mirando vuestros santuarios, halle también un altar en el cual estaba esta inscripción: AL DIOS NO CONOCIDO. Al que vosotros adoráis, pues, sin conocerle, es a quien yo os anuncio”. Hechos 17:23 

Atenas era el centro religioso de Grecia, y allí se podía rendir culto casi a todas las deidades conocidas por el hombre, era una ciudad cubierta de idolatría (cp. v.16). A menudo, las calles de la ciudad estaban llenas de estatuas de hombres y de dioses, y Atenas estaba especialmente decorada con los Hermas (pilares montados con cabezas de Hermes); muchos visitantes escribieron evidencias de la piedad de Atenas. Desde un punto de vista estético, Atenas no tenía rival en cuanto a su exquisita arquitectura y sus estatuas. Petronio, escritor contemporáneo de la corte de Nerón, dice satíricamente que era más fácil hallar un dios en Atenas que un hombre.

La fama de Atenas descansaba principalmente en las glorias de su pasado; incluso como centro filosófico, su supremacía fue desafiada por otros centros del Oriente como Alejandría y Tarso. No obstante, Atenas permaneció siendo el símbolo de los grandes filósofos para la opinión popular, tanto así que a ‘rabinos posteriores les gustaba narrar historias de rabinos anteriores que habían vencido en debate a los filósofos atenienses.

Los griegos adoraban dioses en los cielos, la tierra, el mar y el mundo subterráneo; la mitología tradicional griega también colocaba en el mundo subterráneo la sombría existencia de las almas de los que habían partido. Durante una plaga mucho antes de los tiempos de Pablo, ningún altar había sido propicio a los dioses; finalmente, Atenas había ofrecido sacrificios a un dios desconocido, aplacando inmediatamente la plaga. Estos altares todavía estaban en pie, y Pablo los utiliza como fundamento para su discurso.

Un punto importante es el lugar donde Pablo fue llevado, el Areópago (v.19). Hay conflicto de opiniones entre los eruditos por saber si Pablo fue llevado literalmente a “la colina de Ares” o al concilio de sabios que incluía solo a aquellos que tenían el nivel más alto dentro de esta comunidad intelectual. El cargo en contra de Pablo, “proclamador de divinidades extrañas”, recordaría a los lectores griegos el cargo de irreligiosidad hecho en contra de Sócrates (cf. 17:19, 20). Muchos siglos antes, una sacerdotisa fue apedreada hasta morir por este asunto, y este cargo seguía violando la psique ateniense en los días de Pablo.

Como era bien sabido, Sócrates también había sido “llevado” o “traído” al Areópago muchos siglos antes. Sócrates era el filósofo ideal, y Lucas puede describir a Pablo como un nuevo Sócrates para esta audiencia griega; dado el resultado del discurso de Sócrates (el cual, al igual que a Esteban, provocó que sus oyentes lo martirizaran), esta alusión provoca suspenso.