El relato del milagro de Jesús calmando el mar y el viento, registrado en los Evangelios, especialmente en Marcos 4:35-41, es una poderosa demostración de su autoridad divina. Este evento no solo dejó asombrados a sus discípulos, sino que también reveló verdades profundas sobre su identidad como el Hijo de Dios y su señorío sobre la creación. En este pasaje, los elementos naturales obedecen a su voz, mostrando que Jesús no es un simple maestro o profeta, sino el Creador encarnado.
En el contexto bíblico, el mar representa a menudo caos y poder incontrolable. En el Antiguo Testamento, solo Dios tiene la autoridad para dominar el mar y sus olas. Por ejemplo, en Salmos 89:9 se dice: “Tú tienes dominio sobre la braveza del mar; cuando se levantan sus ondas, tú las sosiegas”. Este mismo Dios, que en la creación separó las aguas (Génesis 1:6-10) y que dividió el Mar Rojo para salvar a su pueblo (Éxodo 14:21-22), es quien actúa en Jesús. Al calmar el mar con una sola palabra, Jesús demuestra que posee la misma autoridad divina, reafirmando su deidad y su conexión única con el Padre.
El asombro de los discípulos también se explica porque este milagro desafía sus expectativas sobre el Mesías. En lugar de ser solo un líder político o militar, como muchos esperaban, Jesús se revela como el Rey soberano sobre toda la creación. La pregunta que hacen los discípulos, “¿Quién es este, que aun el viento y el mar le obedecen?” (Marcos 4:41), muestra su creciente comprensión de que Jesús es mucho más que un maestro humano. Este evento también fortalece su fe, mostrando que en Jesús tienen a quien puede controlar incluso las fuerzas que ellos temen.
En este contexto, no es necesario recurrir a ideas helenistas para comprender la maravilla del milagro. Aunque la influencia grecorromana era parte del entorno cultural, el mensaje central del texto es teológico: Jesús es el Señor de la creación, el mismo Dios que los israelitas conocieron en la antigüedad. Este pasaje invita a todos los creyentes a confiar en él, no solo como Salvador, sino como el soberano sobre cada tormenta, literal o figurada, en la vida.