El pecado estaba ya presente en el universo desde antes de la caída de Adán y Eva (Génesis 3:1, compárese Juan 8:44; 2 Pedro 2:4; 1 Juan 3:8; Judas 6). La Biblia, sin embargo, no se ocupa directamente del origen del mal en el universo, sino que trata más bien del pecado y su origen en la vida del hombre (1 Timoteo 2:14; Santiago 1:13). El verdadero impacto de la tentación demoníaca en la narración de la caída en Génesis 3 radica en la sutil sugerencia de la aspiración humana a llegar a ser igual a su hacedor (“seréis como Dios…”, 3:5). Satanás dirigió su ataque contra la integridad, la veracidad, y la amante provisión de Dios, y su propuesta consistió en estimular una perversa y blasfema rebelión contra el verdadero Señor del hombre. Con este acto el hombre hizo un intento de alcanzar la igualdad con Dios (compárese Filipenses 2:6), trató de expresar su independencia de él, y, por lo tanto, de cuestionar tanto la naturaleza misma como el orden de la existencia mediante el cual vive como criatura, en completa dependencia de la gracia y las estipulaciones de su creador. “El pecado del hombre radica en su pretensión de ser Dios” (Reinhold Niebuhr). Con este acto, aun más, el hombre cometió una blasfemia al negarle a Dios el culto y la amorosa adoración que debe ser siempre la respuesta correcta del hombre a la majestad y la gracia divinas, y en lugar de ello rindió homenaje al enemigo de Dios, y a sus propias ambiciones envilecidas.
Por consiguiente, según Génesis 3, no debe buscarse el origen del pecado en una acción abierta (2:17 con 3:6), sino en una aspiración interior de negar a Dios, de la cual el acto de desobediencia sólo fue la expresión inmediata. En cuanto al problema de cómo pudieron Adán y Eva haberse visto envueltos en tentación si anteriormente no habían conocido pecado, la Escritura no entra en una discusión detallada. No obstante, en la persona de Jesucristo da testimonio de un Hombre que fue sometido a tentación “en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (Hebreos 4:15; compárese Mateo 4:3s; Hebreos 2.17s; 5.7s; 1 Pedro 1.19; 2.22s). El origen último del mal es parte del “misterio de la iniquidad” (2 Tesalonicenses 2:7), pero una razón discutible del relativo silencio de la Escritura es que una “explicación racional” del origen del pecado daría como resultado inevitable el hacer que la atención se desvíe del propósito principal de la Escritura, que es la confesión de mi culpa personal. En última instancia, dada la naturaleza de la cuestión, el pecado no es algo que se pueda “conocer” objetivamente; “el pecado se postula a sí mismo” (Sören Kierkegaard).
Fuente:
– Nuevo Diccionario Bíblico Certeza
estoy dando un estudio en mi iglesia sobre la naturaleza del hombre y precisa mente estoy dando este versículo dio te bendiga por esto