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(Un discurso del Salmo 121)
Introducción
El Salmo 121 corresponde a un grupo de Salmos que va desde el Salmo 120 hasta el Salmo 134, catorce libros en total. Cada uno de estos salmos lleva una identificación de “cántico gradual”. Literalmente quiere decir “Cántico de Gradas” o para “las subidas”. Fueron compuestos específicamente para el uso exclusivo del pueblo cuando subían a Jerusalén para celebrar las fiestas, (Véase Deuteronomio 16:16), de allí que a este salmo se le conoce también como el salmo del viajero.
Los israelitas debían ir a Jerusalén por lo menos tres veces al año y este Salmo es uno de los más populares, de los más cantados y es una porción de la escritura que expresa la seguridad y la esperanza en la protección de Dios de día y de noche.
Este es un hermoso pensamiento que Dios puso en el corazón de este hombre, el cual se convirtió en un cántico al Señor y se usó para la adoración en el templo.
Veamos verso por verso y descubriremos las grandes verdades que expresa este salmo:
Sal 121:1 Alzaré mis ojos a los montes; ¿De dónde vendrá mi socorro?
Y el salmo comienza con el peregrino diciendo. “Alzaré mis ojos a los montes” y en la Escritura los montes son símbolo de fortaleza y de protección. En esos tiempos los paganos creían que los montes eran habitados por dioses del ultramundo. Pero los judíos peregrinos sabían que había un solo Dios de las montañas
Cuando alzamos nuestros ojos y vemos este mundo, nos damos cuenta de que no existe nada en que se pueda confiar verdaderamente. Los conocimientos científicos, aunque son útiles, no pueden resolver los problemas del mundo. Muchas personas mueren por diversas enfermedades, a pesar de que la ciencia médica está muy avanzada, el COVID-19 está matando cientos de personas actualmente y la ciencia aun no logra una cura. Pon tu mirada y confianza en este mundo y morirás, pon tu confianza en Dios y vivirás.
En Colosenses 3:2 Pablo dice: “Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra”. Que nuestra mirada este puesto en lo eterno y no en lo temporal, que nuestra confianza esté en Dios y no en los hombres, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe… (Heb 12:2).
El salmista mira con esperanza los montes y entonces se pregunta. “De donde vendrá mi socorro”.
Él es mi Dios y Él es mi socorro. ¿Y si Dios es mi socorro que me pueden hacer los hombres? Quizás los viajeros que iban a Jerusalén, pensaban en los peligros que podían venir de las montañas. Quizás alguna banda de bandidos, quizás algún animal salvaje, y estas cosas podían asustarlos. Pero si pensaban en el creador de todas las cosas, en aquel que había hecho las montañas y a los que las habitan, y si confiaban en Él como su Protector, no tenían razón para temer a nada.
Sal 121:2 Mi socorro viene de Jehová, Que hizo los cielos y la tierra.
No sabemos cuánto tiempo le tomó al salmista escribir este salmo, talvez fue un día, un mes o un año; lo cierto es que él mismo contesta diciendo: «mi socorro viene de Jehová, que hizo los cielos y la tierra». El no solo hizo los montes, sino también los cielos y la tierra. Nunca debemos confiar en un poder menor al de Dios. El no solo es Todopoderoso, sino también vela por nosotros. Nada lo desvía ni lo disuade. Estamos seguros. Nunca dejaremos de necesitar el incansable cuidado de Dios sobre nuestras vidas. La confianza total, como es la proclamada por este salmo, es madura cuando persiste en medio de las dificultades y a pesar de los conflictos.
Sal 121:3 No dará tu pie al resbaladero, ni se dormirá el que te guarda.
El salmista sigue el pensamiento que traía y dice que por cuánto es Jehová el que lo va a socorrer, su pie no resbalará, o sea que hay seguridad y firmeza cuando Dios está con uno. Dios nunca duerme no es como nosotros que nos cansamos y nos vence el sueño
Sal 121:4 He aquí, no se adormecerá ni dormirá El que guarda a Israel.
Una anécdota nos cuenta que una mujer demandaba del Sultán de Turquía una indemnización por la pérdida de sus bienes.
– ¿Cómo los perdiste? -preguntó el Sultán.
– Me dormí, y los ladrones vinieron y me los robaron -respondió la mujer.
– Pero ¿por qué te dormiste? -le preguntó una vez más el Sultán.
La mujer respondió:
– Me dormí porque creía que ustedes estaban despiertos.
Al Sultán le agradó aquella respuesta y la confianza que aquella mujer tenía en su gobierno. Inmediatamente ordenó que se le pagara cada uno de los bienes que los ladrones le habían robado.
Muchas veces nosotros esperamos que los gobiernos humanos velen por nuestro bienestar y seguridad, exigimos policías para nuestro cuidado, exigimos policías municipales, cámaras de seguridad, etc, sin embargo, ellos han fracasado en velar por nuestra seguridad. En cambio, nuestro Dios no falla ni nos fallará jamás.
El Salmo 127:1b dice: “Si Jehová no guardare la ciudad, en vano vela la guardia”. Las familias edifican casas y ponen vigilantes, pero estas actividades son fútiles a menos que Dios esté con ellas. Una familia sin Dios nunca experimentará el lazo espiritual que El crea en las relaciones. Una ciudad sin Dios se devastará por la maldad y la corrupción que haya adentro. No cometa el error de dejar a Dios fuera de su vida, si lo hace, habrá vivido en vano. Haga que Dios sea su máxima prioridad y permita que Él sea el que lo edifique y lo guarde.
Sal 121:5 Jehová es tu guardador; Jehová es tu sombra a tu mano derecha.
Una vez más se incluye el principio fundamental para la seguridad del ser humano: Dios es el guardador. Él es sombra a nuestra mano derecha, indica que él siempre está a nuestro lado para protegernos, como nuestra sombra no se despega, nos acompaña donde quiera que vayamos, así es Dios, sombra a nuestra diestra.
Sal 121:6 El sol no te fatigará de día, ni la luna de noche.
Según el comentario contextual y cultural de la Biblia de Walton y Keener tiene esta interesante nota.
Heridas del Sol y la Luna cualquiera que ha viajado en el Medio Oriente conoce el peligro de la deshidratación. Muchos de los caminos a Jerusalén exponían al viajero a un calor opresivo. Así como el exceso de exposición al Sol podía ser peligroso, se creía en el mundo antiguo que el exceso de exposición a la Luna representaba un peligro para la salud. Textos médicos diagnósticos de Babilonia y la Asiria del primer milenio identificaban varias afecciones como resultado de la «mano de Sin» (Sin era el dios de la Luna), incluida una en la cual el paciente rechina los dientes y le tiemblan las manos y los pies, así como una que tiene los síntomas de la epilepsia. Palabras como «lunático» muestran que esta creencia persistió hasta tiempos relativamente recientes.
Mientras más quema el sol. Mas refrescante es su sombra. Mientras más grandes y más poderosos sean nuestros enemigos. Mucho más grande y más poderosa es la protección del Señor.
Sal 121:7 Jehová te guardará de todo mal; El guardará tu alma.
Hay un punto donde el enemigo no nos puede hacer mal y es en el alma. Dios le dijo al diablo que podía tocar el cuerpo de Job pero que su alma no la tocará, el cuerpo puede morir, pero el alma no.
El salmista, conocedor del poder de Dios, declara que en Dios hay completa seguridad. Se nota claramente que Dios cuida a sus hijos, tanto en el aspecto físico como también en el aspecto espiritual. La ayuda de nuestros amigos y familiares se limita únicamente en la vida terrenal, pero los cuidados de Dios trascienden la vida espiritual. Por eso Jesús dijo que no había que temer a los que matan el cuerpo, sino aquel que después de haber quitado la vida, tiene poder de echar al infierno (Mateo 10:28).
Sal 121:8 Jehová guardará tu salida y tu entrada desde ahora y para siempre.
El peregrino lo tenía claro finalmente, sabía que Dios guardaría su salida y finalmente su entrada a Jerusalén, Dios no está limitado por el tiempo ni por el espacio, su promesa es para siempre. El que se hace al lado de Dios, no pierde nada. Sólo el que se aleja de Dios lo pierde todo.
Un gran predicador que estaba gravemente enfermo escribió en su diario lo siguiente: “Después que recuperé un poco las fuerzas, procuré hallar paz y descanso pensando que Cristo era mi hermano, pero esto no me dio consolación ni tranquilidad. Entonces pensé en Él como mi Señor, y mi alma halló la paz que deseaba”. Al referirse a esta experiencia, el doctor Dale dijo: “No era simpatía lo que necesitaba en aquella hora, sino el conocimiento de que estaba en las manos de uno que era mi Salvador y Señor. Esto me infundió fuerzas, me dio seguridad y descanso de corazón”.