Los besos eran una forma común de saludo cariñoso entre familiares, amigos íntimos o los que eran objeto de respeto (p. ej., Gen. 33:4; 45:15; 1 Sam. 20:41). Debido a los abusos, en los siglos subsecuentes la iglesia limitó la práctica al beso litúrgico de comunión de manera que se practicara solo hombres con hombres y mujeres con mujeres, aun cuando esta no era la práctica inicial. Sin embargo, el principio subyacente del beso como símbolo de fraternidad y unidad perduró, y se transformó en una forma de manifestar la paz y el amor cristiano en las reuniones litúrgicas. La práctica del «beso de paz», como se le conoce en algunas tradiciones, sigue siendo un acto simbólico que refleja la reconciliación y la comunión entre los miembros de la iglesia, enfatizando la pureza de las relaciones interpersonales y el respeto mutuo dentro del cuerpo de Cristo. Este cambio en la práctica refleja no solo la evolución cultural, sino también una reafirmación de los valores cristianos de santidad y decoro en la interacción entre los creyentes.
