El vocablo “ira” aparece más de doscientas veces en la Biblia y el concepto en muchas más ocasiones.

Hay una gran diferencia entre la ira de Dios y la ira del hombre, la ira del hombre es irracional y generalmente injustificada, casi siempre pecamos cuando nos airamos, ofendemos a otros y nos hacemos daño a nosotros mismos, en cambio, la ira de Dios es una ira justa y santa.

En el Antiguo Testamento la ira de Dios es la reacción de Dios contra todo lo que se opone a su majestad o a su perfección moral, es por eso que al ser Dios santo y justo irrumpe ocasionalmente en la historia humana para mostrar Su extremado disgusto por los pecados de los hombres: por ejemplo, el diluvio (Génesis 7); la destrucción de Sodoma y Gomorra (Génesis 19) y el castigo de Coré, Datán y Abiram (Números 16:32), etc.

Pero podemos afirmar que el gran día de la ira de Dios aún no ha llegado, Juan el Bautista y nuestro Señor Jesucristo advirtieron sobre esta «ira venidera» (Mateo 3:7; 18:34, 35), Pablo trabajó afanosamente para mostrar esto en la primera parte de esta carta a los Romanos. Él dice: “Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad”  (Romanos 1:18). La ira de Dios no viene sin justificación. Es merecida. Porque la verdad de Dios es conocida (Romanos 1.19-20). Y dicha verdad es suprimida, y los frutos son impiedad e injusticia. Y sobre eso, viene la ira (Efesios 5:6; Colosenses 3:6).

Ahora considere esto: En Daniel 12:2 Dios promete que se está acercando el día en el cual  “muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua”. Esto indica que el final de la ira de Dios es eterno.

El apóstol Pablo describe la eternidad de la ira de Dios de esta manera en 2 Tesalonicenses 1:7-9:

“…cuando se manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los ángeles de su poder, en llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo; los cuales sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder”.

En conclusión Pablo señala que la causa decisiva es el menosprecio del amor de Dios (Romanos 2:5) por lo tanto todos los hombres son por naturaleza «hijos de ira» (Efesios 2:3)

Sin embargo, las Escrituras afirman que Dios es “tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad” (Éxodo 34:6; cfr. Números 14:18; Nehemías 9:17; Salmo 86:15; 103:8; 145:8; Nahúm 1:3; cfr. Romanos 9:22).

Pedro dice: “El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento.” (2 Pedro 3:9) Dios ha prometido poner fin a la historia de los hombres impíos el día de su gran ira, si parece haber retardo, no se debe a que Dios sea infiel a Su promesa: Se debe a Su paciencia. No quiere que nadie perezca. Su deseo es que todos vengan al arrepentimiento.

Es importante que comprendamos que la ira de Dios al final de los tiempos viene sobre aquellos que no abrazan a Cristo como su Salvador y Señor, así que tú puedes ser libre de la ira venidera si aceptas a Jesús. La Biblia dice:

“…por él seremos salvos de la ira”. Romanos 5:9, en Romanos 2:5 dice aún más explícitamente: “Pero por tu dureza y por tu corazón no arrepentido, atesoras para ti mismo ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios”.  Nosotros somos responsables. Estamos atesorando ira con cada acto de indiferencia hacia Cristo. Con cada preferencia por cualquier cosa por encima de Dios. Con cada vacilación de nuestro afecto por el pecado y con cada segundo que se enturbia nuestro afecto por Dios.

Eso quiere decir que es evitable ahora. Usted no tiene que pasar la eternidad bajo la ira de Dios si recibe al Hijo de Dios como su Salvador, Señor, y Tesoro.

Te estarás preguntando ¿por qué esto tiene que ser así? ¿No existe otra forma de ser salvo de la ira de Dios sin venir a Jesús? Voy a explicarte algo más que puedas desconocer quizá, leemos en Mateo 26:36-39

“Entonces llegó Jesús con ellos a un lugar que se llama Getsemaní, y dijo a sus discípulos: Sentaos aquí, entre tanto que voy allí y oro. Y tomando a Pedro, y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse en gran manera. Entonces Jesús les dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí, y velad conmigo. Yendo un poco adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú.”

Alguno puede pensar que Jesús era un cobarde, ya que él era Dios-hombre y sabía que iba a ser crucificado y ahora estaba angustiado por lo que iba a pasar.

La historia cuenta de hombres que fueron felices a su encuentro con la muerte.

Un cristiano en India, mientras lo desollaban vivo, miró a su verdugo y dijo: “Le doy las gracias por esto. Arránqueme la vieja vestidura, porque pronto me pondré la vestidura de justicia de Cristo”.

Mientras se preparaba para dirigirse hacia su ejecución, Christopher Love le escribió una nota a su mujer que decía: “Hoy, me separarán de mi cabeza física, pero no pueden separarme de mi cabeza espiritual, Cristo”. Mientras caminaba hacia la muerte, su esposa aplaudía mientras él cantaba sobre la gloria.

¿Es acaso Jesús un cobarde frente a estos hombres? ¿Estos hombres y mujeres de la historia cristiana tuvieron más valor que Cristo mismo? ¿Por qué Jesús temblaba en el jardín mientras oraba lleno de angustia? Podemos estar seguros de que no era un cobarde a punto de enfrentar a los soldados romanos. Por el contrario, era un Salvador que estaba a punto de soportar la ira divina.

Escucha estas palabras: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa”. La “copa” que Jesús se refiere aquí no hace referencia a la cruz de madera, sino al juicio divino. Es la copa de la ira de Dios.

En la cruz, Jesús soportó la ira de Dios. Toda la santa ira de Dios hacia el pecado y los pecadores, acumulada desde el principio del mundo, estaba a punto de derramarse sobre Él, y suda grandes gotas como de sangre ante semejante pensamiento.

Ahora veamos esto: “Cerca de la hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo: Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” Mateo 27:46

Por cuanto Dios es santo, no puede pasar por alto el pecado. Al contrario, ha de castigarlo. El Señor Jesús no tenía pecado en Sí mismo, pero tomó sobre Sí mismo la culpa de nuestros pecados. Cuando Dios, como Juez, miró y vio nuestros pecados sobre el Sustituto sin pecado, se apartó del Hijo de Su amor.

La muerte de Jesús fue violenta debido a la ira de Dios sobre el pecado. Un predicador lo describió como si tú y yo estuviéramos parados a unos escasos noventa metros de una represa de agua de quince mil kilómetros de alto por quince mil kilómetros de ancho. De repente, esa represa se rompe y un torrente de agua se abalanza sobre nosotros. Justo cuando está a punto de alcanzarnos, se abre la tierra frente al lugar donde nos encontramos y se traga toda el agua. En la cruz, Cristo bebió toda la copa de la ira de Dios y cuando acabó la última gota, le dio vuelta a la copa hacia abajo y exclamó: “Consumado es” (Juan 19:30).

¿Ahora entiende porque la salvación en Cristo libra al creyente de la ira de Dios? Cristo cargó la maldición de la ira de Dios por todo aquel que viene a Él, por todo aquel que cree en Él, y por todo aquel que se regocija en el refugio de su sangre y de su honradez. Venid a Él. Jesús «nos libra de la ira venidera» (1 Tesalonicenses 1:10), al tomar sobre sí mismo, como nuestro sustituto, la maldición de la Ley (Gálatas 3:13). Nosotros, que hemos sido justificados por fe, ¡»seremos salvos de la ira»! (Romanos 5:9). Gracias a Cristo, ya no somos más hijos de la ira. ¡Alabemos al Señor!