“Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, éste la salvará.” Lucas 9:23-24
Jesús caminó y enseñó el camino menos viajado, el camino que lleva a la resurrección pasando, obviamente, por la cruz. En ese camino hay muchas encrucijadas donde se ofrecen otros caminos que evitan pasar por la cruz, pero todos ellos al final se convierten en un camino sin salida. Solo hay un camino que lleva a la vida. Ese camino acaba al otro lado de la tumba vacía, y solo podemos llegar allí a través de la cruz.
Jesús enseñó esta dura verdad a sus discípulos, pero también a las multitudes. William Barclay observó acertadamente: “Nadie puede decir que Jesús le ha engañado, dándole falsas promesas. Jesús nunca intentó sobornar a nadie ofreciéndole un camino fácil. Jesús fue claro con cualquier seguidor que no estuviera dispuesto a comprometerse en serio: “Si alguno quiere ser mi discípulo, y espero que queráis pues yo os puedo dar vida abundante, tiene que estar dispuesto a pagar el precio”.
El Señor nunca insiste en nuestra obediencia. Nos dice enfáticamente lo que debemos hacer, pero nunca toma medidas para obligarnos a hacerlo. Debemos obedecerlo por la unidad de espíritu con El. Por esta razón, siempre que el Señor hablaba del discipulado empezaba con un “si”, queriendo decir: “No lo hagas, si no quieres”. Ese “si” refleja que Jesús está reconociendo que tenemos libertad de elección. Un joven rico escuchó el llamamiento de Jesús a ser su discípulo, pero luego se marchó por otra elección (Marcos 10:17-22). Calculó los costos y entendió cuál era el precio, pensó que era demasiado alto, y no quiso pagarlo. Marcos nos cuenta que Jesús miró a aquel joven con amor (v. 21), aun sabiendo cuál iba a ser su elección. Jesús no salió corriendo detrás de él, ni cambió las condiciones del discipulado. Jesús dijo: “Calcula el precio” (Lucas 14:28). “Me llamas Mesías, el Cristo. ¿Quieres seguirme? Si es así, tienes que entender a dónde voy, y entender que si me sigues, pasarás por lo mismo que yo”.
Jesús usa tres expresiones que recogen muy bien cómo se ha de hacer el camino a la muerte: niégate a ti mismo, toma tu cruz, y pierde tu vida por mi causa.
NIÉGATE A TI MISMO, esta es, quizá, una de las ordenanzas de nuestro Señor que más se han mal interpretado.
Agustín de Hipona dice que en la tierra existen, y existirán hasta el fin del mundo, dos grandes reinos. La frontera entre ellos no divide a los hombres, ni tampoco a las sociedades, sino que se encuentra en el interior de cada alma humana. Dos amores crean estos dos reinos: El amor propio llevado hasta el desprecio de Dios, y el amor de Dios llevado hasta el desprecio de uno mismo.
La autoestima, tal como la concibió Freud y tal como se presenta en los talleres y libros que están de moda, dicen “ámate a ti mismo” y Jesucristo, por el contrario, dice «niégate a ti mismo«. Algunas personas dirán: Él nos dijo que te tienes que amar a ti mismo para amar a los demás y para esto, citan la frase: “Amarás al Señor tu Dios sobre todas las cosas… y a tu prójimo como a ti mismo” (Lucas 10:27), pero, si nos fijamos bien, el mandamiento es amar a Dios y amar al prójimo. El “como a ti mismo” es sólo el modo de hacerlo. Y por supuesto, no es lo mismo decir “Ama a tu prójimo como a ti mismo” que “Amate a ti mismo para poder amar a tu prójimo”.
Negarnos a nosotros mismos no significa alimentarnos a pan y agua o carecer de cosas buenas, tampoco significa odio a uno mismo, esto es una buena teología oriental, pero ¡no una teología bíblica! Tampoco es como la auto negación asceta, Pablo llama a estas cosas “doctrinas de demonios” (1 Timoteo 4:1-3). Negarte a ti mismo quizá suponga tener que renunciar a cosas, pero eso no es lo que Jesús está diciendo. Ni tampoco quiere decir que renuncies al valor que tienes, ni que renuncies a tus sentimientos, la verdad es que tampoco tenemos que renunciar a nuestra felicidad y por último, negarte a ti mismo tampoco quiere decir renunciar a tu inteligencia, es mucho más radikal que todo ello.
La palabra “negarse” (aparnesasiho) significa desposeerse, descartarse, abandonar, renunciar, rechazar, rehusar, restringir, no reclamar, seguir sin ello. Significa someterse, descartar el propio ego y el propio interés. Significa, muy sencillamente, decir: “no”. Pero note, el llamado no es a decir “no” a algunas conductas o cosas, sino al ego. Negarte a ti mismo quiere decir negarte a ser el señor de tu vida. Significa decirle “no” al dios que tienes dentro de ti, rechazar las exigencias de ese dios que hay en ti, negarte a obedecer al dios que hay en ti. Jesús nos llama a que le digamos “no” a nuestro yo y esto significa mucho más que simplemente ser negativo, significa: Mátate a ti mismo, es decir, renunciar a algo y seguir sin ese algo para que así podamos decirle “sí” a Él. Significa dejar que Cristo gobierne y reine en nuestros corazones y vidas, dejar que Cristo tenga completa vía libre en nosotros. Significa que decimos “sí” a Cristo y “no” al ego. Significa decirle al Señor que él está al mando, que Cristo es nuestro Señor y Salvador y que tiene la libertad de usar nuestra vida como le plazca. Negarse al yo es aceptar el señorío de Cristo. Por supuesto, si una persona deja que Cristo gobierne su vida, toda conducta, tanto negativa como positiva, queda a su cuidado, este es el camino de muerte.
El pastor John MacArthur argumenta de una manera fuerte cuando dice:
“¿Escuchó alguna vez a alguien ponerse de pie ante una multitud y decir: “Si quieres ser cristiano mátate a ti mismo, niégate a ti mismo todas las cosas que anhelas y ansias. Disponte a morir y sumisamente sométete en obediencia a Jesucristo”.Este mensaje no vende, no es una promoción inteligente. Pero resulta ser exactamente la verdad. ¿Por tanto qué quiere hacer? ¿Tener a alguien artificialmente convertido? Esa es la manera popular. Darle a las personas la ilusión de que son salvos cuando no lo son de manera que un día cuando enfrenten a Cristo ellos van a decir: “Señor, Señor” y Él les dirá: “Nunca os conocí; apartaos de mí” (Mateo 7:22). El evangelio tiene que ser el evangelio. El principio es: usted llega a su fin, si quiere seguir a Cristo. Es el fin de usted. Usted no existe más. Pablo lo dijo de esta manera: “Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia” (Filipenses 1:21); “Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia” (4:12); “Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos” (Romanos 14:8). Esa es la actitud. Los hombres quieren la gloria, ellos quieren salud, ellos quieren riqueza, ellos quieren felicidad y quieren todo lo que sus sentidos necesitan encontrar. Ellos quieren una vida sin dolor. Ellos quieren la corona sin la cruz. Ellos quieren la ganancia sin la dolencia. Así piensa la gente y ese no es el interés de Dios.”
Agustín de Hipona escribía: “Si te pierdes cuando te amas a ti mismo, no hay duda que te encuentras cuando te niegas. Antepón a todos tus actos, la voluntad divina y aprende a amarte no amándote…, el único y verdadero negocio de esta vida es el saber escoger lo que se ha de amar, ¿qué tiene de particular que si me amas y deseas seguirme renuncies a ti mismo por amor?”.
Jesús incluso dijo que, para seguirlo, usted debe aborrecer su propia vida (Lucas. 14:26). Eso nos parece muy extraño hoy. La mayoría de las presentaciones del evangelio hoy son acerca de la realización de uno mismo en vez de sobre la negación de uno mismo. Pero Jesucristo es muy claro en lo que busca. Negar a alguien no querer relacionarse con esa persona, como Pedro más tarde negó a Jesús y dijo no estar relacionado con El. Cuando usted se entrega a Cristo, lo hace porque se niega a relacionarse con su antiguo yo. Se aborrece a sí mismo y renuncia voluntariamente a esa vida vacía.
TOMA TU CRUZ, esta expresión también se ha interpretado mal en muchas ocasiones. Mucha gente la usa para referirse a soportar una enfermedad o una discapacidad, una experiencia negativa o una relación molesta: “Esta es la cruz que me ha tocado”. Pero las palabras de Jesús iban mucho más allá. El equivalente moderno sería caminar a lo largo de un corredor hacia la silla eléctrica. La muerte es el destino, y nosotros estamos en una cruel procesión hacia la muerte. “Las palabras de Jesús debieron de sonar a los oídos de los discípulos y de la demás gente que estaba escuchando como algo repugnante«. Aquellas palabras enseguida evocarían en las mentes de los oyentes la imagen de un criminal, al que se le hace cargar un trozo de la cruz en la que se le va a ejecutar de forma pública.
Los criminales solo cargaban la cruz si se les había sentenciado a muerte. Cuando un criminal cargaba su propia cruz por las calles, ya era hombre muerto. Su vida había acabado, era el fin de sus esperanzas, de sus sueños y de sus objetivos. Un hombre que se dirigía a su ejecución pública “estaba obligado a abandonar todas sus esperanzas o todas sus ambiciones en esta Tierra”. Jesús llama a sus discípulos a que piensen en ellos mismos como personas que están en el camino de la muerte, a que entierren todas sus esperanzas y sueños que hayan hecho en este mundo. Y Él resucitará esos sueños o los sustituirá con sus propios sueños o planes. Es una decisión de entregarse a la muerte, no por suicidio sino al apartarse de su antiguo yo y encontrar una nueva identidad en Cristo.
Si nos «negamos a nosotros mismos», y «tomamos nuestra cruz», es como si todas nuestras pasiones y deseos naturales son sentenciados a muerte. Esta enseñanza es bastante dura, pero también muy liberadora. La esclavitud humana en todas sus formas no es más que el resultado de haber querido ser nuestros propios dioses. Obtenemos la libertad cuando descendemos del trono que un día usurpamos, cuando decimos «no», cuando vivimos como si el dios que hay en nosotros ya hubiese muerto.
PIERDE TU VIDA POR MI CAUSA, El elegir salvar tu vida es sinónimo de auto gobernarse. Si tú eliges este fácil camino, puedes obtener algún placer temporal, pero serás amargamente desilusionado en el largo plazo, finalmente perderás tu vida. Tú descubrirás el duro camino que “el que muere por salvar su vida” NO gana, y que cuando tú obtienes todo lo que quieres tú no quieres lo que obtuviste.
A fin de ganar tu vida, debes perderla. ¡Vaya paradoja! Pero aun cuando literalmente pierdas tu vida por mi causa, valdrá la pena el precio a pagar, ya que ganarás tu vida por siempre, por la eternidad.
Nos encontramos a nosotros mismos cuando perdemos nuestra vida por causa de Jesús. ¿Y cómo perdemos nuestra vida por su causa? Cuando comenzamos a caminar en este camino de muerte. Si no estás dispuesto a hacer eso, al final la perderás en la condenación eterna.
Según la mentalidad humana, ésta es una afirmación muy arriesgada. Pero al final, cuando la Historia llegue a su fin, ¿qué es lo que va a contar? Lo único que va a contar es el Reino de Dios. La única inversión que valdrá para algo será la inversión que hayamos hecho en el Reino de Dios. Los que van por el camino de la muerte, el camino en el que uno pierde su vida por causa de Cristo, acaban por ganar lo único que importa. Jhim Elliot lo resume muy bien cuando dice: «No es necio el que da lo que no puede guardar para ganar lo que no puede perder».
Acepta el reto
El pastor MacArthur señala: “Vivimos en una época en que el evangelio se ha convertido en algo tan fácil que temo que haya dejado de ser evangelio. Muchas veces la invitación que hacemos no es una invitación legítima a seguir a Cristo. Es lo que llamo: “Credulidad fácil”. A menudo se oye una invitación a aceptar a Cristo, que implica que lo único que hay que hacer es creer intelectualmente o decir algunas palabras o caminar por el pasillo hasta el frente, sin tener que cambiar nada en cuanto a su vida. Rara vez oímos una declaración firme de que para aceptar a Cristo hay que negarse a sí mismo y renunciar a cualquier reclamo de la propia vida”.
A.W. Tozer dice: “Hay tantos santos de plástico en nuestra época, pero Jesús es aquel que tuvo que sufrir la muerte, y todo lo que queremos oír es otro sermón sobre su muerte”.
¿Cuáles son las evidencias de que aún no hemos tomado en serio el reto que Jesús nos lanza? Las evidencias abundan en nuestras iglesias, y se manifiestan en forma de envidia por no tener lo que otros tienen; competición, pues siempre queremos lograr más cosas que la persona que tenemos al lado; espíritu de discusión, pues siempre queremos tener la razón; sensibilidad exagerada, que nos lleva a sentirnos heridos cuando nuestro trabajo no se reconoce, o a querer que la gente sepa a todo lo que hemos renunciado por causa de Cristo. Creemos que merecemos las cosas que tenemos, nuestra casa, nuestro coche. Planificamos nuestro futuro sin pensar en el Reino de Dios y gastamos los recursos que tenemos en construir nuestro propio reino. Usamos los dones de Dios para el avance de nuestro nombre, de nuestra reputación.
Pero, «si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, seguirá siendo un solo grano; pero si muere, lleva mucho fruto» (Juan 12:24). El camino a la resurrección pasa por la crucifixión. El camino hacia la vida nueva pasa por la muerte de la antigua. Jesús nos llama a ir por ese camino, el camino a la muerte.
Decirle “sí” a él significa estar dispuesto a emprender las aventuras que llevan sólo a bendiciones. ¡Empiece hoy a poner en práctica su compromiso!
Obras de Consulta:
- Discipulado Que Transforma: El Modelo de Jesús – Greg Ogden
- La Verdad Que Permanece, Johnson, Phil Y Taylor, Mike
- La sed de Dios, Juan del Carmelo
Gracias por estos mensajes nos sirbe de reflexion para nuestra vida tanto espiritual como personal-
pastor para mi es de gran ayuda estos mensajes ,vivo en la florida y quisiera tener acceso a otros estudios suyos
Lo tienes mi hermano, en esta página iremos poniendo lo que vamos desarrollándo, gracias por dejarnos tu comentario.