«Pero a los que están unidos en matrimonio, mando, no yo, sino el Señor: Que la mujer no se separe del marido; y si se separa, quédese sin casar, o reconcíliese con su marido; y que el marido no abandone a su mujer.» 1 Corintios 7:10-11
Este pasaje forma parte de la carta del apóstol Pablo a la iglesia en Corinto, una comunidad cristiana con muchas influencias culturales y problemas de inmoralidad que afectaban sus relaciones personales, incluidas las matrimoniales. Pablo, como líder espiritual, interviene con enseñanzas claras sobre el matrimonio, buscando brindar una orientación que establezca estabilidad en los hogares y aclare la voluntad de Dios en cuanto al vínculo matrimonial.
En este contexto, Pablo exhorta a los creyentes a no separarse de sus esposos o esposas, algo que no era inusual en la sociedad corintia. En el mundo grecorromano del siglo I, el matrimonio no siempre se trataba con el respeto y la permanencia que encontramos en las enseñanzas cristianas. La facilidad con la que se podía divorciar y volver a casar era una realidad cultural. Sin embargo, Pablo establece una diferencia al recordarles que el matrimonio es un pacto divino, no simplemente un contrato social. Esta instrucción específica de “no se separen” refleja la alta consideración de la unidad matrimonial según el diseño de Dios. Pablo enfatiza que esta no es su propia opinión, sino un mandamiento directo del Señor, lo que otorga autoridad divina a esta enseñanza.
Si bien Pablo reconoce que la separación puede llegar a ser una realidad en algunos casos, su consejo es radicalmente contracultural: permanecer sin casarse o buscar la reconciliación. La opción de permanecer sin casarse después de una separación refuerza el compromiso que el matrimonio conlleva, demostrando que, incluso en una separación, el vínculo no se rompe ante Dios. El apóstol exhorta a los cónyuges a luchar por la restauración, llamando a la reconciliación antes que al divorcio. Esto estaba en marcado contraste con la mentalidad de la época, donde el divorcio era común y socialmente aceptado.
En un entorno donde las relaciones familiares estaban sometidas a la inestabilidad de las costumbres paganas, Pablo busca que los creyentes se distingan, honrando el pacto del matrimonio. La exhortación de no abandonar a la pareja refleja no solo una relación entre dos personas, sino también una relación que refleja la fidelidad de Cristo con su iglesia. Este pasaje sigue siendo relevante hoy, recordando la naturaleza sagrada del matrimonio, la importancia de la reconciliación, y el llamado a vivir conforme a los principios establecidos por Dios, incluso cuando las costumbres sociales pudieran señalar lo contrario.