EL PECADO
“Hamartiología” viene de la voz griega » hamartia» que quiere decir pecado y logos que significa palabra o discurso. La Harmatiología es literalmente un discurso o estudio del pecado.
EL ORIGEN DEL PECADO
DIOS NO PUEDE SER CONSIDERADO COMO EL AUTOR DEL PECADO.
Es verdad que el decreto eterno de Dios hizo segura la entrada del pecado en el mundo, pero esto no debe interpretarse de manera que Dios resulte la causa del pecado en el sentido de ser su autor responsable. Esta idea está excluida de la Biblia con toda claridad. «Lejos esté de Dios la impiedad, y del Omnipotente la iniquidad», Job 34: 10. El es el Dios Santo, Isa. 6: 3, y no hay en El absolutamente ninguna injusticia, Deut. 32: 4; Sal 92: 16. Dios no puede ser tentado por el mal, ni El tienta al hombre, Sant. 1: 13. Cuando El creó al hombre lo creó bueno y a su imagen. Verdaderamente Dios odia al pecado, Deut. 25: 16; Sal 5: 4; 11: 5; Zac. 8: 17; Luc. 16: 15, y proveyó en Cristo la libertad del hombre de debajo del pecado. A la luz de todo esto seríamos blasfemos si dijéramos que Dios es el autor del pecado. Y por esa misma razón tienen que ser rechazadas todas aquellas ideas deterministas que presentan al pecado como una necesidad inherente en la naturaleza íntima de las cosas.
Tales ideas, por implicación, hacen a Dios el autor del pecado, y son contrarias, no solamente a la Escritura, sino también a la voz de la conciencia que da testimonio de la responsabilidad del hombre.
Culpar a Dios por el pecado sería blasfemar en contra del carácter de Dios. «Sus obras son perfectas, y todos sus caminos son justos» (Dt 32:4). Abraham pregunta con verdad y fuerza en sus palabras: «El Juez de toda la tierra, ¿no hará justicia?» (Gn 18:25). Y Eliú dice correctamente: «¡Es inconcebible que Dios haga lo malo, que el Todopoderoso cometa injusticia!» Oob 34:10). De hecho, es incluso imposible que Dios desee hacer el mal, «porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni tampoco tienta él a nadie» (Stg 1:13).
Pero, por otro lado, nos debemos guardar del error opuesto: sería erróneo que dijéramos que hay un poder malo que existe eternamente en el universo similar o igual al poder de Dios. Decir eso sería afirmar lo que es conocido como el «dualismo » en el universo, es decir, la existencia de dos poderes igualmente supremos, uno bueno y el otro malo.4 Tampoco debemos pensar que el pecado sorprendió a Dios ni que es un reto ni que supera su omnipotencia o su control providencial sobre el universo.
Por tanto, aunque nunca debemos decir que Dios mismo pecó ni que él es el culpable del pecado, debemos también afirmar que el Dios «que hace todas las cosas conforme al designio de su voluntad» (Ef 1: 11), el Dios que «hace lo que quiere con los poderes celestiales y con los pueblos de la tierra [y] no hay quien se oponga a su poder ni quien le pida cuentas de sus actos» (Dn 4:35), estableció que el pecado entrara en el mundo, aunque no se deleita en ello y aunque estableció que entrara por medio de las decisiones voluntarias de criaturas morales.
EL PECADO TUVO SU ORIGEN EN EL MUNDO ANGELICAL
La Biblia nos enseña que en el intento de hallar el origen del pecado debemos ir más allá de la caída del hombre descrita en Gen 3, y poner atención a algo que aconteció en el mundo angelical. Dios creó un ejército de ángeles, y todos eran buenos al salir de la mano de su Hacedor, Gen 1: 31. Pero ocurrió una caída en el mundo angelical en la que legiones de ángeles se separaron de Dios. El tiempo exacto de esta caída no se conoce, pero en Juan 8: 44 Jesús habla del diablo declarándolo homicida desde el principio (Kat’ arches), y Juan dice en I Juan 3: 8 que el diablo peca desde el principio. La opinión predominante es que este Kat’ arches significa, desde el principio de la historia del hombre. Muy poco se dice acerca del pecado que ocasionó la caída de los ángeles. De las advertencias de Pablo a Timoteo para que ningún neófito sea colocado como obispo, «para que no se hinche y caiga en la condenación del diablo», I Tim. 3: 6, tenemos que concluir que, con toda probabilidad, el pecado que hizo caer al diablo fue el del orgullo, el de aspirar a ser igual a Dios en poder y autoridad. Y esta idea parece encontrar corroboración en Judas 6; en donde se dice que los ángeles caídos «no guardaron su dignidad, sino que abandonaron su propia morada». No estuvieron satisfechos con su porción, con el gobierno y el poder que se les confió. Si el deseo de ser iguales a Dios fue su tentación peculiar, esto podría explicar también por qué tentaron al hombre sobre ese punto particular.
ORIGEN DEL PECADO EN EL HOMBRE:
Aun antes de la desobediencia de Adán y Eva, el pecado ya estaba presente en el mundo angelical con la Caída de Satanás y los demonios: Pero con respecto a la raza humana, el primer pecado fue el de Adán y Eva en el huerto del Edén (Gn 3:1-19). El que ellos comieran del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal es en muchos sentidos típico del pecado en general. Primero, el pecado ataca la base del conocimiento, porque da una respuesta diferente a la pregunta, «¿Qué es verdad». Mientras que Dios había dicho que Adán y Eva morirían si comían del fruto del árbol (Gn 2: 17), la serpiente dijo: «¡No es cierto, no van a morir!» (Gn 3:4). Eva decidió dudar de la veracidad de la palabra de Dios y llevó a cabo un experimento para comprobar si Dios les había dicho la verdad.
Segundo, el pecado ataca la base de las normas morales porque da una respuesta diferente a la pregunta «¿Qué es lo bueno?» Dios había dicho que era moralmente correcto para Adán y Eva no comer del fruto de aquel árbol (Gn 2:17). Pero la serpiente sugirió que estaría bien el comer, y que al hacerlo Adán y Eva llegarían «a ser como Dios» (Gn 3:5). Eva confió en su propia evaluación de lo que era recto y de lo que sería bueno para ella, en vez de permitir que la palabra de Dios definiera lo que era bueno o malo. «Vio que el fruto del árbol era bueno para comer, y que tenía buen aspecto y era deseable para adquirir sabiduría, así que tomó de su fruto y comió» (Gn 3:6).
Tercero, su pecado dio una respuesta diferente a la pregunta «¿Quién soy yo?» La respuesta correcta era que Adán y Eva eran criaturas de Dios, dependientes de él y subordinadas a él como Creador y Señor. Pero Eva, y luego Adán, sucumbieron a la tentación de ser «como Dios» (Gn 3:5), con lo que intentaron ponerse en el lugar de Dios.
LA DOCTRINA DEL PECADO HEREDADO
¿Cómo nos afecta el pecado de Adán? Las Escrituras nos enseñan que heredamos el pecado de Adán en dos formas.
1. Heredamos la culpa:
Somos declarados culpables a causa del pecado de Adán. Pablo explica los efectos del pecado de Adán de la siguiente manera: «Por medio de un solo hombre el pecado entró en el mundo, y por medio del pecado entró la muerte; fue así como la muerte pasó a toda la humanidad, porque todos pecaron» (Ro 5: 12). El contexto nos dice que Pablo no está hablando de los pecados que las personas cometen cada día, porque todo el párrafo (Ro 5:12-21) está haciendo una comparación entre Adán y Cristo. Nos está diciendo que por medio del pecado de Adán la muerte se extendió a todos los hombres pues todos pecaron.’ La idea de que «todos pecaron» significa que Dios piensa de nosotros como que todos pecamos cuando Adán desobedeció, queda aun más recalcado en los dos siguientes versículos, donde Pablo dice:
Antes de promulgarse la ley, ya existía el pecado en el mundo. Es cierto que el pecado no se toma en cuenta cuando no hay ley; sin embargo, desde Adán hasta Moisés la muerte reinó, incluso sobre los que no pecaron quebrantando un mandato, como lo hizo Adán, quien es figura de aquel que había de venir. (Ro 5:13-14)
Pablo nos está diciendo aquí que desde el tiempo de Adán al tiempo de Moisés, las personas no tenían la ley escrita de Dios. Sus pecados no fueron «tomados en cuenta» (como infracciones de la ley), pero no obstante murieron. El hecho de que murieron es una buena prueba de que Dios los consideró culpables en base del pecado de Adán.
La idea de que Dios nos consideró culpables debido al pecado de Adán se sigue reafirmando aun más en Romanos 5:18-19:
Así como una sola transgresión causó la condenación de todos, también un solo acto de justicia produjo la justificación que da vida a todos. Porque así como por la desobediencia de uno solo muchos fueron constituidos pecadores, también por la obediencia de uno solo muchos serán constituidos justos.
Pablo está diciendo aquí explícitamente que por medio de la transgresión de un solo hombre «muchos fueron constituidos [gr. Kadsísthmi] que es también un aoristo de indicativo que habla de una acción pasada completada] pecadores». Cuando Adán pecó, Dios consideró pecadores a todos los descendientes de Adán. Aunque nosotros todavía no existíamos, Dios, mirando al futuro y sabiendo que existiríamos, empezó a considerarnos culpables como Adán. Esto es también coherente con la declaración de Pablo de que «cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros» (Ro 5:8). Por supuesto, algunos de nosotros ni siquiera existíamos cuando Cristo murió; pero, no obstante, Dios nos consideró pecadores que necesitábamos salvación.
La conclusión que podemos sacar de estos versículos es que todos los miembros de la raza humana estaban representados por Adán en el momento de su prueba en el huerto del Edén. Como nuestro representante, Adán pecó, y Dios nos consideró a nosotros culpables como también a Adán. (Un término técnico que se usa a veces en este contexto es imputar, que significa «atribuir a otro una culpa, delito o acción reprobable».) Dios consideró que la culpa de Adán nos correspondía a nosotros, y puesto que Dios es el Juez supremo de todas las cosas en el universo, y dado que sus pensamientos son siempre correctos, la culpa es nuestra también. Dios correctamente nos imputó la culpa de Adán. A veces a la doctrina del pecado que heredamos de Adán se le llama doctrina del «pecado original». Como expliqué anteriormente/o no estoy usando esa expresión. Si se usa esa expresión, debiera recordarse que el pecado del que se habla no se refiere al primer pecado de Adán, sino a la culpa y tendencia a pecar con las que nacemos. Es «original» en el sentido de que procede de Adán, y es también original en que lo tenemos desde el comienzo de nuestra existencia como personas, pero es con todo del pecado nuestro, no del pecado de Adán, de lo que se habla. Paralela a la frase «pecado original» está la frase «culpa original». Esto es ese aspecto de la herencia de pecado de Adán de la que hemos estado hablando arriba, el concepto de que heredamos la culpa de Adán.
Cuando nos enfrentamos por primera vez a la idea de que se nos considera culpables por causa del pecado de Adán, nuestra tendencia es a protestar porque nos parece injusto. En realidad no decidimos pecar, ¿no es cierto? ¿Cómo entonces se nos puede considerar culpables? ¿Es justo que Dios así actúe? Podemos decir tres cosas para responder a esto:
(1) Todo el que protesta diciendo que esto es injusto olvida que él también ha cometido voluntariamente muchos auténticos pecados por los cuales Dios también lo considera culpable. Estos constituirán la base primaria sobre la que se nos juzgará en el día final, porque Dios «pagará a cada uno según 10 que merezcan sus obras» (Ro 2:6), y «el que hace el mal pagará por su propia maldad» (Col 3:25).
(2) Además, algunos han argumentado, «si hubiéramos estado en el lugar de Adán, también habríamos pecado como él lo hizo, y nuestra subsiguiente rebelión contra Dios 10 demuestra». Pienso que esto es probablemente cierto, pero no parece ser un argumento concluyente, porque supone demasiado acerca de lo que podía haber sucedido o no sucedido. Esa incertidumbre puede que no ayude mucho a aliviar el sentido de que hay injusticia de algunos.
(3) La respuesta más persuasiva a esta objeción es señalar que si pensamos que es injusto estar representados por Adán, debiéramos también pensar que es injusto estar representados por Cristo y que Dios anote a nuestro favor su justicia. Porque el procedimiento que Dios usó fue el mismo, y eso es exactamente lo que Pablo está diciendo en romanos 5: 12-21: «Porque así como por la desobediencia de uno solo muchos fueron constituidos pecadores, también por la obediencia de uno solo muchos serán constituidos justos» (Ro 5:19). Adán nuestro primer representante, pecó, y Dios nos consideró a nosotros culpables. Pero Cristo, el representante de todos los que creen en él, obedeció a Dios perfectamente, y Dios nos considera justos. Esta es sencillamente la manera en que Dios estableció que funcionara la raza humana. Dios considera a la raza humana como un todo orgánico, representada por Adán como su cabeza. Y Dios también tiene a la nueva raza de cristianos, a los que son redimidos por Dios, como un todo orgánico, una unidad representada por Cristo como cabeza de su pueblo.
Sin embargo, no todos los teólogos evangélicos están de acuerdo en que se nos considera culpables a causa del pecado de Adán. Algunos, especialmente los teólogos arminianos, piensan que esto sería injusto de parte de Dios y no creen que Pablo lo esté enseñando en Romanos 5. 11 No obstante, evangélicos de todas las denominaciones sí están de acuerdo en que recibimos una disposición pecaminosa o una tendencia al pecado como una herencia de Adán, tema que vamos a considerar a continuación.
2. Corrupción heredada:
Tenemos una naturaleza pecaminosa a causa del pecado de Adán. Además de la culpa legal que Dios nos imputa por causa del pecado de Adán, también heredamos una naturaleza pecaminosa debido al pecado de Adán. Esta naturaleza pecaminosa heredada es llamada a veces el «pecado original» y a veces se la llama con más precisión «contaminación original». Yo he usado en su lugar la expresión «corrupción heredada» porque parece expresar más claramente la idea específica que tenemos entre manos. David dice: «Yo sé que soy malo de nacimiento; pecador me concibió mi madre» (Sal 51:5). Algunos han pensado equivocadamente que lo que tenemos aquí es el pecado de la madre de David, pero eso es incorrecto, porque nada en el contexto tiene que ver con la madre de David. David está confesando su propio pecado personal a lo largo de toda esta sección. Dice:
Ten compasión de mí, oh Dios,
…borra mis transgresiones.
Lávame de toda mi maldad
y límpiame de mi pecado.
Yo reconozco mis transgresiones;
Contra ti he pecado… (Sal 51:1-4)
David está tan abrumado por sus sentimientos de culpabilidad que cuando examina su vida se da cuenta de que ha sido pecador desde el principio. En todo 10 que recuerda de sí mismo, siempre ha tenido una naturaleza pecaminosa. De cuando nació, dice: «Yo sé que soy malo de nacimiento». Además, aun antes de haber nacido tenía una disposición al pecado y afirma que en el momento de la concepción tenía una naturaleza de pecador por que «pecador me concibió mi madre» (Sal 51:5). Esta es una declaración bien fuerte de la tendencia al pecado heredada que está en nuestra vida desde el principio. Una idea similar aparece en el Salmo 58:3: «Los malvados se pervierten desde que nacen, desde el vientre materno se desvían los mentirosos».
Por tanto, nuestra naturaleza incluye una disposición al pecado por lo que Pablo puede afirmar que antes que fuéramos cristianos, «como los demás, éramos por naturaleza objeto de la ira de Dios» (Ef 2:3). Todos los que han criado hijos pueden dar testimonio experimental de que todos nacemos con esa tendencia a pecar. A los niños no hay que enseñarlos a hacer lo malo; lo descubren por sí mismos. Lo que nosotros tenemos que hacer como padres es enseñarlos a hacer lo bueno, criarlos «según la disciplina e instrucción del Señor» (Ef 6:4). Esta tendencia al pecado heredada no quiere decir que los seres humanos son todo lo malvados que podían ser. Las sujeciones de la ley civil, las expectativas de la familia y de la sociedad, y la convicción de la conciencia humana (Ro 2:14-15) nos proveen de restricciones a las influencias de las tendencias pecaminosas del corazón. Por tanto, por la «gracia común» de Dios (esto es, el favor inmerecido que él da a todos los seres humanos), las personas han podido hacer mucho bien en cuanto a la educación, el desarrollo de la civilización, el progreso científico y tecnológico, el desarrollo de la belleza y las habilidades en las artes, el desarrollo de leyes justas y actos generales de benevolencia y bondad humanas hacia los demás. 2 De hecho, cuanta más influencia cristiana haya en una sociedad en general, más claramente se verá también la influencia de la «gracia común» en la vida de los incrédulos. Pero a pesar de la capacidad de hacer el bien en muchos sentidos de la palabra, nuestra corrupción heredada, nuestra tendencia a pecar, que recibimos de Adán, significa que en lo que a Dios le concierne no podemos hacer nada que le agrade.
Esto lo podemos ver en dos formas:
a. En nuestras naturalezas carecemos totalmente de bien espiritual ante Dios:
No es cuestión de que algunas partes de nosotros sean pecaminosas y otras puras. Más bien, cada parte de nuestro ser está afectado por el pecado: nuestros intelectos, emociones, deseos, corazones (el centro de nuestros deseos y de toma de decisiones), nuestras metas y motivos e incluso nuestros cuerpos fisicos. Pablo dice: «Yo sé que en mí, es decir, en mi naturaleza pecaminosa, nada bueno habita» (Ro 7: 18), y, «para los corruptos e incrédulos no hay nada puro. Al contrario, tienen corrompidas la mente y la conciencia» (Tit 1:15). Además, jeremías nos dice: «Nada hay tan engañoso como el corazón. No tiene remedio. ¿Quién puede comprenderlo?» Jer 17:9). En estos pasajes las Escrituras no están negando que los incrédulos puedan hacer bien a la sociedad en algunos sentidos; pero sí están negando que puedan hacer algún bien espiritual o ser buenos en términos de relación con Dios. Aparte de la obra de Cristo en nuestra vida, somos como los demás incrédulos que «a causa de la ignorancia que los domina y por la dureza de su corazón, éstos tienen oscurecido el entendimiento y están alejados de la vida que proviene de Dios» (Ef 4:18).13
b. En nuestras acciones estamos totalmente incapacitados de hacer el bien delante de Dios:
Esta idea está relacionada con la anterior. No solo somos pecadores que carecemos de todo bien espiritual en nosotros, sino que también carecemos de la capacidad de agradar a Dios y la posibilidad de acercamos a Dios por nosotros mismos. Pablo dice que «los que viven según la naturaleza pecaminosa no pueden agradar a Dios» (Ro 8:8). Además, en términos de llevar fruto para el reino de Dios y hacer lo que le agrada a él, jesús dice: «Separados de mí no pueden ustedes hacer nada» Gn. 15:5). De hecho, los incrédulos no agradan a Dios, si no por otra razón, simplemente porque sus acciones no se deben a que tengan fe en Dios ni a que lo amen, y «sin fe es imposible agradar a Dios» (He 11:6). Refiriéndose a cuando los lectores de Pablo eran incrédulos, Pablo les dice: «En otro tiempo ustedes estaban muertos en sus transgresiones y pecados, en los cuales andaban» (Ef 2: 1-2). Los incrédulos están en un estado de esclavitud y sometimiento al pecado, porque «todo el que peca es esclavo del pecado» Gn 8:34). Aunque desde un punto de vista humano las personas pueden ser capaces de hacer mucho bien, Isaías afirma que «todos nuestros actos de justicia son como trapos de inmundicia» (Is 64:6; d. Ro 3:9-20). Los incrédulos no pueden entender las cosas de Dios correctamente, porque «el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede
Entender, porque se han de discernir espiritualmente» 1 Co 2:14, RVR 1960).
Tampoco podemos acudir a Dios por nuestros propios recursos, porque Jesús dijo: «Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me envió» Gn 6:44). Pero si tenemos una incapacidad total de hacer el bien espiritual a los ojos de Dios, ¿tenemos todavía libertad de elegir? Por supuesto, todos los que se encuentran fuera de Cristo todavía pueden tomar decisiones voluntarias, es decir, ellos deciden lo que quieren hacer, y lo hacen. En este sentido todavía hay cierta clase de «libertad» en las decisiones que las personas toman. No obstante, debido a su incapacidad para hacer el bien y escapar de su rebelión fundamental contra Dios y de su preferencia fundamental por el pecado, los incrédulos no tienen libertad en el sentido más importante de la libertad: la libertad de hacer el bien y lo que agrada a Dios. La aplicación para nuestra vida es bastante evidente. Si Dios le da a alguien el deseo de arrepentirse y confiar en Cristo, esa persona no debe demorarse y endurecer su corazón (cf. He 3:7-8; 12:17). Esta capacidad de arrepentirse y desear confiar en Dios no es nuestra de forma natural, sino que nos viene por el estímulo del Espíritu Santo, y no durará para siempre. «Si ustedes oyen hoy su voz, no endurezcan el corazón» (He 3:15).
Transmisión del pecado Imputado y heredado
-Pecado Heredado:
El mismo calificativo indica cómo el pecado original es transmitido de una generación a la próxima y de la próxima a la próxima. Nosotros lo heredamos de nuestros padres como ellos de los suyos, y así hacia atrás hasta los primeros padres, Adán y Eva. Después que ellos pecaron solamente podían reproducirse según su especie; es decir, sus hijos eran pecadores por nacimiento (Génesis 4:1; Salmo 51:5; Romanos 5:12). Esto significa que todo humano nacido en este mundo es pecador. Nadie es bueno, ni tampoco hay quien haya nacido mitad bueno y mitad pecaminoso. Todos son pecaminosos igualmente ante los ojos de Dios. De no ser así, entonces aquellos que fuesen, digamos, solamente cincuenta por ciento pecaminosos únicamente necesitarían cincuenta por ciento de la salvación de Dios.
-Pecado Imputado:
Imputar significa atribuir, reconocer o achacar algo a alguien. No es mera influencia sino involucramiento lo que está en el corazón del concepto.
El Antiguo Testamento provee varios ejemplos de la imputación. Levítico 7:18 y 17:4 indican que culpa y falta de bendición se le imputaban a un israelita que no seguía el rito prescrito en las ofrendas. En 1 Samuel 22:15 y 2 Samuel 19:19 hay peticiones para que no se les imputara algo a ciertos individuos. En el Salmo 32:2 David expresa la felicidad del hombre al cual el Señor no le imputa la iniquidad. En todos estos casos la imputación incluye alguna clase de involucramiento, no un mero influenciar.
El Nuevo Testamento se refiere varias veces a la imputación que se halla en el Antiguo Testamento. Pablo declaró que el pecado no se imputa como una violación específica de un código legal cuando no hay ley (Romanos 5:1–13). El se refiere a la justicia que Dios le imputó a Abraham cuando creyó, y a la justicia que David conoció cuando confesó su pecado (cap. 4). Santiago también se refiere a la justicia imputada a Abraham (Santiago 2:23). La muerte de Cristo hizo posible a Dios no imputarle al hombre sus pecados (2 Corintios 5:19).
La carta a Filemón contiene lo que probablemente es la ilustración más bella de la imputación. Pablo le dice a Filemón que si su esclavo Onésimo debe algo, que se lo cargue a la cuenta del apóstol. En otras palabras, cualquier deuda que Onésimo pudiera haber contraído sería cargada a la cuenta de Pablo y éste la pagaría. En forma similar, nuestros pecados fueron atribuidos, imputados, cargados a Cristo, y El pagó completamente nuestra deuda.
TRES IMPUTACIONES BASICAS
Los teólogos generalmente han reconocido tres imputaciones básicas.
A. La imputación del pecado de Adán a la raza (Romanos 5:12–21). B. La imputación del pecado del hombre a Cristo (2 Corintios 5:19; 1 Pedro 2:24).
C. La imputación de la justicia de Cristo a los creyentes (2 Corintios 5:21).
Pecados en la Vida:
1. Todos somos pecadores ante Dios. Las Escrituras dan testimonio en muchos lugares de la pecaminosidad universal de la humanidad. «Todos se han descarriado, a una se han corrompido. No hay nadie que haga 10 bueno; ¡no hay uno solo!» (Sal 14:3). David dice: «Ante ti nadie puede alegar inocencia» (Sal 143:2). y Salomón dice: «Ya que no hay ser humano que no peque» (1 R 8:46; cf. Pr 20:9). En el Nuevo Testamento, Pablo desarrolla un amplio razonamiento en Romanos 1:18-3:20 mostrando que todas las personas, tanto judíos como griegos, son culpables delante de Dios. Dice: «Ya hemos demostrado que tanto los judíos como los gentiles están bajo el pecado. Así está escrito: «No hay un solo justo, ni siquiera uno»» (Ro 3:9-10). Pablo está seguro de que «todos han pecado y están privados de la gloria de Dios» (Ro 3:23). Santiago, el hermano del Señor, confiesa: «Todos fallamos mucho» (Stg 3:2), y si él, un líder y apóstol en la naciente iglesia, podía confesar que había tenido muchos fallos, nosotros también deberíamos estar dispuestos a reconocerlo. Juan, el discípulo amado, quien estuvo siempre muy cerca de Jesús, dijo:
Si afirmamos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y no tenemos la verdad. Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad. Si afirmamos que no hemos pecado, lo hacemos pasar por mentiroso y su palabra no habita en nosotros. (1 Jn 1:8-10)
2. ¿Son los infantes culpables antes de haber cometido pecados auténticos?
Algunos sostienen que las Escrituras enseñan una «edad de responsabilidad» antes de la cual los niños pequeños no son considerados responsables del pecado y no son tenidos como culpables ante Dios. 18 Sin embargo, los pasajes mostrados arriba en la Sección e acerca del «pecado heredado» indican que aun antes del nacimiento los niños tienen culpa delante de Dios y una naturaleza pecaminosa que no solo les da una tendencia al pecado, sino que también hace que Dios los vea como «pecadores ». «Yo sé que soy malo de nacimiento; pecador me concibió mi madre» (Sal 51 :5). Los pasajes que hablan del juicio final en términos de auténticas acciones pecaminosas que han sido hechas (p. ej. Ro 2:6-11) no dicen nada acerca de las bases del juicio cuando no ha habido acciones individuales buenas o malas, como cuando los niños mueren siendo bebés. En tales casos debemos aceptar las Escrituras que dicen que tenemos una naturaleza pecaminosa desde antes del nacimiento. Además, tenemos que reconocer que la naturaleza pecaminosa del niño se manifiesta muy temprano, ciertamente dentro de los dos primeros años de la vida del niño, como puede afirmarlo todo el que ha tenido hijos. (David dice en otro lugar: «Los malvados se pervierten desde que nacen, desde el vientre materno se desvían los mentirosos» (Sal 58:3.)
El pelagianismo estuvo más fundamentalmente preocupado con la cuestión de la salvación, sosteniendo que el hombre puede dar por sí mismo el primero y los más importantes pasos hacia la salvación, aparte de la gracia de Dios. El pelagianismo fue condenado como herejía en el Concilio de Cartago el1 de mayo de 418 d.C.
Entonces ¿qué decimos acerca de los infantes que mueren antes de que alcancen para entender y creer en el evangelio? ¿Pueden ellos ser salvos?
Aquí tenemos que decir que si tales infantes son salvos, no pueden serlo sobre la base de sus propios méritos, ni sobre la base de su propia justicia o inocencia, sino que debe ser por completo sobre la base de la obra redentora de Cristo y la obra de regeneración del Espíritu Santo dentro de ellos. «Hay un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre» (1 Ti 2:5). «De veras te aseguro que quien no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios» On 3:3).
Es ciertamente posible que Dios regenere (es decir, que le dé vida espiritual nueva) a un infante aun antes de que nazca. Esto sucedió con Juan el Bautista, porque el ángel Gabriel, antes de que Juan naciera, dijo: «Será lleno del Espíritu Santo aun desde su nacimiento» (Le 1:15). Bien podemos decir que Juan el Bautista «nació de nuevo » antes de haber nacido. Tenemos un ejemplo parecido en el Salmo 22:10, donde David dice: «Desde el vientre de mi madre mi Dios eres tú». Es evidente, por tanto, que Dios puede salvar a los infantes en forma no comunes, aparte de su posibilidad de oír y entender el evangelio, produciendo su regeneración muy temprano, a veces antes de su nacimiento. Esta regeneración es probablemente seguida de una vez de una conciencia incipiente e intuitiva de Dios y una confianza en él a una edad muy temprana, pero esto es algo que de veras no podemos entender. Debemos, sin embargo, afirmar muy claramente que esta no es la manera habitual en que Dios salva a las personas. La salvación generalmente sucede cuando alguien escucha y entiende el evangelio y pone entonces su confianza en Cristo.
Pero en situaciones fuera de lo común como la de Juan el Bautista, Dios dio salvación antes de este entendimiento. Y esto nos lleva a la conclusión de que es ciertamente posible que Dios puede hacerlo también cuando sabe que el infante morirá sin haber escuchado el evangelio.
¿Cuántos infantes salva Dios de esta manera? Las Escrituras no nos lo dicen, de modo que no podemos saberlo. Cuando las Escrituras guardan silencio, no es sabio que hagamos declaraciones definitivas. Sin embargo, debiéramos reconocer que es la pauta frecuente de Dios a lo largo de las Escrituras salvar a los hijos de los que creen en él (vea Gn 7:1; cf. He 11:7;Jos 2:18; Sall03:17;Jn 4:53; Hch 2:39; 11:14; 16:31; 18:8; 1 Ca 1:16; 7:14; Tit 1:6; cf. Mt 18:10,14). Estos pasajes no dicen que Dios automáticamente salva a los hijos de los creyentes (porque todos sabemos de hijos de padres piadosos que crecieron y rechazaron al Señor, y las Escrituras nos dan ejemplos como los de Esaú y Absalón), pero sí indican que las pautas comunes de Dios, la manera «normal» o esperada en la cual él actúa, es atraer hacia sí a los hijos de los creyentes. En cuanto a los hijos de los creyentes que mueren de niños, no tenemos razón para pensar que no suceda así. (Sin embargo, todos sabemos que los infantes casi desde el momento de su nacimiento muestran una confianza intuitiva en sus madres y una conciencia de si mismos como personas distintas de las de sus madres. Por eso no debiéramos insistir en que es imposible que ellos tengan también una conciencia intuitiva de Dios, y si Dios se lo da, una capacidad intuitiva de también confiar en Él)
Aquí es particularmente relevante el caso del primer hijo que Betsabé le dio al rey David. Cuando el bebé murió, David dijo: «Yo vaya él, más él no volverá a mí» (2 S 12:23). David, quien a lo largo de su vida tuvo una gran confianza de que viviría para siempre en la presencia del Señor (vea el Sal 23:6 y muchos de los salmos. de David), tenía también confianza de que vería de nuevo a su hijo cuando muriera. Esto solo puede implicar que estaría para siempre con su hijo en la presencia del
Señor. Este pasaje, junto con los otros mencionados arriba, debiera generar una seguridad similar en todos los creyentes que han perdido hijos en su infancia, de que un día los verán de nuevo en la gloria del reino celestial.
En cuanto a los hijos de los que no son creyentes que mueren en una edad temprana, las Escrituras no dicen nada. Debemos dejar ese asunto completamente en las manos de Dios y confiar en que él será justo y misericordioso. Si son salvos, no será sobre la base de ningún mérito propio ni de ninguna inocencia que podamos suponer que tenían. Si son salvos, lo serán sobre la base de la obra redentora de Cristo; y su regeneración, como la de Juan el bautista antes de nacer, será solo por la misericordia y gracia de Dios. La salvación es siempre por su misericordia, no por nuestros méritos (vea Ro 9:14-18). Las Escrituras no nos permiten decir más que eso.
3. ¿Hay grados de pecados? ¿Hay algunos pecados que sean peores que otros? Podemos responder a la pregunta con un sí o un no, dependiendo del sentido con que se hace.
a. Culpa legal: En términos de nuestra situación legal delante de Dios, cualquier pecado, aun el que puede parecemos muy pequeño, nos hace legalmente culpables ante Dios y, por tanto, digno de eterno castigo. Adán y Eva lo aprendieron en el huerto del Edén, donde Dios les dijo que su acto de desobediencia resultaría en pena de muerte (Gn 2:17). YPablo afirma que «eljuicio que lleva a la condenación fue el resultado de un solo pecado» (Ro 5:16). Este solo pecado hizo que Adán y Eva fueran pecadores delante de Dios, imposibilitados de estar en su santa presencia. Esta verdad permanece válida a lo largo de la historia de la raza humana. Pablo (citando Dt 27:26) afirma: «Maldito sea quien no practique fielmente todo lo que está escrito en el libro de la ley» (Gá 3:10). Y Santiago declara: El que cumple con toda la ley pero falla en un solo punto ya es culpable de haberla quebrantado toda. Pues el que dijo: «No cometerás adulterio», también dijo: «No mates». Si no cometes adulterio, pero matas, ya has violado la ley. (Stg 2:10-11) Por tanto, en términos de culpa legal, todos los pecados son igualmente malos porque nos hacen legalmente culpables delante de Dios y nos constituyen en pecadores.
b. Resultados en la vida y en las relaciones con Dios: Por otro lado, algunos pecados son peores que otros en que tienen consecuencias más perjudiciales en nuestra vida yen la vida de otros, y, en términos de nuestra relación personal con Dios como Padre, provocan más su desagrado y causan una ruptura más seria de nuestra comunión con él. Las Escrituras a veces hablan de grados de gravedad del pecado. Cuando Jesús compareció ante Poncio Pilato, él dijo: «El que me puso en tus manos es culpable de un pecado más grande» (Jn 19:11). Aparentemente se está refiriendo a Judas, quien había conocido a Jesús de forma íntima durante tres años y, no obstante, le traicionó y le llevó a la muerte. Aunque Pilato tenia autoridad sobre Jesús en base de su posición como gobernador y fue un gran error permitir que un inocente fuera condenado a muerte, el pecado de Judas era «más grande» quizá debido a que tenía mucho más conocimiento y malicia relacionada con ello. Cuando Dios le mostró a Ezequiel las visiones de los pecados en el templo de Jerusalén, primero le mostró ciertas cosas, y entonces dijo: «Realmente no has visto nada todavía; peores abominaciones verás» (Ez 8:6). Luego le mostró los pecados secretos de algunos de los ancianos de Israel y dijo: «Ya los verás cometer mayores atrocidades» (Ez 8: 13). «Hijo de hombre, ¿ves esto? Pues aún las verás cometer mayores atrocidades» (Ez 8: 15). Por último, le mostró a Ezequiel veinticinco hombres en el templo, que le daban la espalda a Dios y adoraban al sol. Aquí tenemos claramente diferentes grados de pecado que van aumentando en gravedad y aborrecimiento ante Dios. En el Sermón del Monte, cuando Jesús dice: «Todo el que infrinja uno solo de estos mandamientos, por pequeño que sea, y enseñe a otros a hacer lo mismo, será considerado el más pequeño en el reino de los cielos» (Mt 5:19), está implicando que hay mandamientos menores y mayores. Asimismo, aunque él está de acuerdo en que es apropiado dar el diezmo incluso sobre las especias que las personas usan en el hogar, Cristo tiene palabras muy fuertes para los fariseos por descuidar «asuntos más importantes de la ley, tales como la justicia, la misericordia y la fidelidad» (Mt 23:23). En ambos casos Jesús distingue entre los mandamientos más importantes y menos importantes, dando a entender de ese modo que algunos pecados son peores que otros según la evaluación que Dios hace de ellos. En general, podemos decir que algunos pecados son de peores consecuencias que otros si son causa de mayor deshonra para Dios y si nos causan más daño a nosotros, a otros o la iglesia. Además, estos pecados cometidos deliberada, repetida y conscientemente, con un corazón encallecido, desagradan mucho más a Dios que los que se hacen por ignorancia y no se repiten, o con una mezcla de motivos puros e impuros y van seguidos de remordimiento y arrepentimiento. Por eso las leyes que Dios le dio a Moisés en Levítico tenían en cuenta las situaciones de pecados cometidos «inadvertidamente» (Lv 4:2, U, 22). El pecado sin mala intención es todavía pecado: «Si alguien peca inadvertidamente e incurre en algo que los mandamientos de Dios prohíben, es culpable y sufrirá las consecuencias de su pecado» (Lv 5:17). No obstante, los castigos requeridos y el grado de desagrado de Dios que resulta de esos pecados son menos que para los casos de pecados intencionales. Por otro lado, los pecados que son cometidos con arrogancia y con menosprecio por los mandamientos de Dios, eran vistos con mucha seriedad: «Pero el que peque deliberadamente, sea nativo o extranjero, ofende al Señor. Tal persona será eliminada de la comunidad» (Nm 15:30; cf. vv. 27-29).
Pecados “Veniales y Mortales”: Sin embargo, la distinción entre grados de seriedad del pecado no implica que respaldemos la enseñanza católica romana de poner los pecados en dos categorías: «veniales» y «mortales».» En la enseñanza católica romana, un pecado venial puede ser perdonado, pero con frecuencia después de haber pagado con castigos en esta vida o en el purgatorio (después de la muerte y antes de entrar en el cielo). Un pecado mortal es un pecado que causa la muerte espiritual y no puede ser perdonado; excluye a las personas del reino de Dios. Según las Escrituras, sin embargo, todos los pecados son «mortales» en el sentido de que aun el más pequeño de los pecados nos hace legalmente culpables delante de Dios y dignos de castigo eterno. No obstante, los pecados más graves quedan perdonados para los que acuden a Cristo buscando salvación (note en 1 Corintios 6:9-11 la combinación de una lista de pecados que excluyen del reino de Dios y la afirmación de que los corintios que habían cometido esos pecados habían sido salvados por Cristo). En ese sentido, todos los pecados son «veniales».». La separación católica romana de los pecados en las categorías de «mortales» y «veniales», según la cual se llama a algunos pecados (tales como el suicidio) «mortales», mientras que a otros (tales como la deshonestidad, el enojo o la lujuria) «veniales», pueden llevar fácilmente a la negligencia con respecto a algunos pecados que de verdad dificultan más la santificación y la eficacia en la obra del Señor, o, con respecto a otros pecados, al temor excesivo, a la desesperación y a la incapacidad de tener la seguridad del perdón. Debiéramos darnos cuenta que la misma acción (tal como perder el controlo golpear a alguien en el ejemplo anterior) puede ser más o menos serio, dependiendo de la persona y las circunstancias. Es mucho mejor que nos limitemos a reconocer que los pecados pueden variar en términos de sus resultados y en términos del grado en que trastornan nuestra relación con Dios y caen en su desagrado, y dejarlo así. De ese modo no vamos más allá de la enseñanza general de las Escrituras en esta materia. La distinción que las Escrituras hacen en grados de pecados tiene un valor positivo. Primero, nos ayuda a saber dónde debemos poner el mayor esfuerzo en nuestro intento de crecer en santidad. Segundo, nos ayuda a decidir cuándo debiéramos pasar por alto una falta menor en un amigo o familiar y cuando es apropiado
Hablar con un individuo acerca de un pecado evidente (vea Stg 5:19-20). Tercero, nos ayuda a decidir cuándo es apropiada la disciplina en la iglesia, y nos provee de una respuesta a la objeción que a veces surge en contra de ejercer la disciplina en la iglesia, cuando se dice que «todos somos culpables de haber pecado y que no tenemos ningún derecho a meternos en la vida privada de otra persona». Aunque todos somos ciertamente culpables de haber pecado, no obstante, hay ciertos pecados que dañan tan evidentemente a la iglesia y a las relaciones dentro de la iglesia que hay que lidiar con ellos directamente. Cuarto, esta distinción puede ayudarnos a entender que hay cierta base para las leyes de los gobiernos civiles y para los castigos que prohíben ciertas clases de conductas y delitos (como el asesinado o el robo), pero no otras clases de faltas (como el enojo, la envidia, la codicia o el uso egoísta de las posesiones). No es inconsecuente decir que ciertas clases de
Maldades requieren el castigo civil, pero no todas las clases de maldades lo requieren.
4 ¿Qué sucede cuando un cristiano peca?
a. Nuestra situación legal ante Dios no cambia: Aunque este tema lo podemos tratar más tarde en relación con la adopción o la santificación dentro de la vida cristiana, es apropiado que lo consideremos ahora también. Cuando un cristiano peca, su posición legal delante de Dios no cambia. Todavía está perdonado porque «ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús» (Ro 8:1). La salvación no está basada en nuestros méritos sino en el don gratuito de Dios (Ro 6:23), y la muerte de Cristo ciertamente pagó por todos nuestros pecados: pasados, presentes y futuros. «Cristo murió por nuestros pecados» (1 Ca 15:3), sin ninguna distinción. En términos teológicos, seguimos conservando nuestra <<justificación». Además, seguimos siendo hijos de Dios y todavía tenemos membrecía en la familia de Dios. En la misma epístola en las que Juan dice: «Si afirmamos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos» (1 Jn 1:8), se les recuerda también a los lectores: «Queridos hermanos, ahora somos hijos de Dios» (1 Jn 3:2). El hecho de que tengamos pecado que permanece en nuestra vida no significa que hayamos perdido nuestra posición como hijos de Dios. En términos teológicos, seguimos conservando nuestra «adopción».»
b. Nuestro compañerismo con Dios queda perturbado y nuestra vida cristiana dañada. Cuando pecamos, Dios no deja de amarnos, pero está disgustado con nosotros. (Aun entre los seres humanos, es posible amar a alguien y al mismo tiempo estar disgustado con esa persona, como bien lo sabe cualquier padre, una esposa o esposo.) Pablo nos dice que es posible para los cristianos «[agraviar] al Espíritu Santo de Dios» (Ef 4:30); cuando pecamos, lo entristecemos y queda disgustado con nosotros. El autor de Hebreos nos recuerda que el «Señor disciplína a los que ama, y azota a todo el que recibe como hijo» (He 12:6, citando Pr 3:11-12), y que «el Padre de los espíritus … [nos disciplína]. .. para nuestro bien, a fin de que participemos de su santidad» (He 12:9-10). Cuando desobedecemos, Dios el Padre se entristece, de la misma forma que lo hace un padre terrenal ante la desobediencia de sus hijos, y nos disciplina. Un tema similar lo encontramos en Apocalipsis 3, donde el Cristo resucitado habla desde el cielo a la iglesia en Laodicea diciendo: «Yo reprendo y disciplino a todos los que amo. Por tanto, sé fervoroso y arrepiéntete» (Ap 3: 19). Aquí vemos de nuevo que el amor y la reprensión del pecado están relacionados en la misma declaración. Esa es la manera en que el Nuevo Testamento da testimonio del desagrado de los tres miembros de la Trinidad cuando los cristianos pecan. (Vea también 1s 59:1-2; 1Jn 3:21.)
La Confesión de Fe de Westmínster dice sabiamente en cuanto a los cristianos: Aunque nunca pueden caer del estado de justificación, pueden, por sus pecados, caer bajo el desagrado paternal de Dios, y no tener restaurada la luz y el gozo de su presencia mientras no se humillen, confiesen sus pecados, pidan perdón y renueven su fe y arrepentimiento. (cap. 11, seco 5) Hebreos 12, junto con muchos ejemplos históricos en las Escrituras, muestran que el desagrado paterno de Dios lleva con frecuencia a la disciplina en nuestra vida cristianas: «Dios lo hace [nos disciplina] para nuestro propio bien, a fin de que participemos de su santidad» (He 12:10). En cuanto a la necesidad de una confesión regular y confesión de pecados, Jesús nos recuerda que debemos orar cada día: «Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros hemos perdonado a nuestros deudores» (Mt 6:12, cf. 1Jn 1:9).
Cuando pecamos como cristianos, no es solo nuestra relación personal con Dios la que queda perturbada. Nuestra vida y fecundidad en el ministerio quedan también dañadas. Jesús nos advierte: «Así como ninguna rama puede dar fruto por sí misma, sino que tiene que permanecer en la vid, así tampoco ustedes pueden dar fruto si no permanecen en mí» (Jn 15:4). Cuando nos apartamos de la comunión con Cristo a causa del pecado en nuestra vida, disminuimos el grado en el que permanecemos en Cristo.
Los escritores del Nuevo Testamento hablan con frecuencia de las consecuencias destructivas del pecado en la vida de los creyentes. De hecho, muchas secciones de las epístolas contienen reprensiones y animan a los cristianos para que se alejen de los pecados que están cometiendo. Pablo dice que cuando los cristianos ceden al pecado se van haciendo progresivamente «esclavos» del pecado (Ro 6: 16), mientras que Dios quiere que los cristianos crezcan continuamente en el camino de la justicia en la vida. Si nuestra meta es crecer en plenitud de vida espiritual hasta el día que muramos y pasemos a la presencia de Dios en el cielo, pecar es ir en la dirección contraria y alejarnos de la semejanza a Dios, es ir en la dirección que «lleva a la muerte» (Ro 6:16) y a la separación eterna de Dios, dirección de la cual fuimos rescatados cuando nos hicimos cristianos.
Además, cuando pecamos como cristianos sufrimos una pérdida de recompensa celestial. Una persona que no ha edificado en la obra de la iglesia con oro, plata o piedras preciosas, sino con «madera, heno y paja» (1 Ca 3:12) verá su obra «consumida por las llamas» en el día del juicio y «sufrirá pérdida. Será salvo, pero como quien pasa por el fuego» (1 CA 3:15). Pablo se da cuenta de que «es necesario que todos comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba lo que le corresponda, según lo bueno o malo que haya hecho mientras vivió en el cuerpo » (2 Ca 5: 10). Pablo implica que hay grados de recompensas en el cielo y que el pecado tiene consecuencias negativas en términos de pérdida de recompensa celestial.
5. ¿Qué es el pecado imperdonable?
Varios pasajes de las Escrituras hablan de un pecado que no será perdonado. Jesús dice:
Por eso les digo que a todos se les podrá perdonar todo pecado y toda blasfemia, pero la blasfemia contra el Espíritu no se le perdonará a nadie. A cualquiera que pronuncie alguna palabra contra el Hijo del hombre se le perdonará, pero el que hable contra el Espíritu Santo no tendrá perdón ni en este mundo ni en el venidero. (Mt 12:31-32)
Encontramos una declaración similar en Marcos 3:29-30, donde Jesús dice: «Excepto a quien blasfeme contra el Espíritu Santo. Éste no tendrá perdón jamás; es culpable de un pecado eterno» (Mr 3:29; cf. Lc 12:10. Asimismo, Hebreos 6 dice:
Es imposible que renueven su arrepentimiento aquellos que han sido una vez iluminados, que han saboreado el don celestial, que han tenido parte en el Espíritu Santo y que han experimentado la buena palabra de Dios y los poderes del mundo venidero, y después de todo esto se han apartado. Es imposible, porque así vuelven a crucificar, para su propio mal, al Hijo de Dios, y lo exponen a la vergüenza pública. (He 6:4-6; cf. 10:26-27; también las reflexiones sobre el «pecado que lleva a la muerte» en 1 Jn 5:16-17)
Estos pasajes podrían estar hablando acerca del mismo pecado o de diferentes pecados; habrá que tomar una decisión solo después de examinar los pasajes en sus contextos.
Existen varias interpretaciones sobre cómo entender este pecado.
1. Algunos han pensado que este era un pecado que solo se podía cometer mientras Cristo estaba en la tierra. Pero la declaración de Jesús de que «a todos se les podrá perdonar todo pecado y toda blasfemia» (Mt 12:31) es tan general que parece injustificado decir que se refiere solo a algo que podría suceder durante su vida, y los textos en cuestión no especifican semejante restricción. Además, Hebreos 6:4-6 está hablando de la apostasía que había tenido lugar unos años después de que Cristo regresara al cielo.
2. Algunos han sostenido que este es un pecado de incredulidad que continúa hasta la muerte; por tanto, todo el que muere en incredulidad (o al menos todo el que ha escuchado de Cristo y muere en incredulidad) ha cometido este pecado. Es cierto, por supuesto, que los que persisten en incredulidad hasta la muerte no serán perdonados, pero la cuestión es si ese hecho es lo que se está considerando en estos versículos. Al leer con detenimiento estos versículos, la explicación no parece encajar con el lenguaje de los textos citados, porque estos no hablan de incredulidad en general, sino específicamente de alguien que «[habla] contra el Espíritu Santo» (Mt 12:32), que «blasfeme contra el Espíritu Santo» (Mr 3:29) o «se han apartado» (He 6:6). Estos pasajes se refieren a un pecado específico: rechazar deliberadamente la obra del Espíritu santo y hablar mal en contra suya, o el rechazo intencionado de la verdad de Cristo y exponer a Cristo a la vergüenza pública (He 6:6). Además, la idea de que este pecado es la incredulidad que persiste hasta la muerte no encaja bien con el contexto de una reprensión a los fariseos por lo que estaban diciendo según Mateo y Marcos (vea más adelante la consideración del contexto).
3. Otros sostienen que este pecado es una seria apostasía de verdaderos creyentes, y que solo aquellos que son de verdad nacidos de nuevo pueden cometer este pecado. Basan su interpretación en lo que entienden de la naturaleza de la «apostasía » que se menciona en hebreos 6:4-6 (que es rechazo de Cristo por parte de un auténtico cristiano y la consecuente pérdida de la salvación). Pero este no parece ser el mejor entendimiento de Hebreos 6:4_6.29 Además, aunque esta interpretación se podría quizá sostener con respecto a Hebreos 6, no explica la blasfemia contra el Espíritu Santo en los pasajes de los evangelios, en los que Jesús está respondiendo a la insensible negación de los fariseos de la obra del Espíritu Santo por medio de él.
4. Una cuarta posibilidad es que este pecado consiste en el rechazo intencional, muy malicioso y difamador de la obra del Espíritu Santo de testimonio acerca de Cristo, y atribuir su trabajo a Satanás. Un examen más detenido de la declaración de Jesús en Mateo y Marcos muestra que Jesús estaba hablando en respuesta a la acusación de los fariseos de que «éste no expulsa a los demonios sino por medio de Belcebú, príncipe de los demonios» (Mt 12:24). Los fariseos habían visto las obras de Cristo repetidas veces. El Señor acababa de sanar a un hombre endemoniado que estaba ciego y mudo (Mt 12:22). Las personas estaban maravilladas y un gran número de ellas seguían a Jesús, y los mismos fariseos habían visto muchas veces claras demostraciones del poder asombroso del Espíritu Santo obrando por medio de Jesús para traer vida y salud a muchas personas. Pero los fariseos, a pesar de estas claras demostraciones de la obra del Espíritu delante de sus ojos, deliberadamente rechazaron la autoridad deJesús y sus enseñanzas y las atribuyeron al diablo. Jesús les dijo entonces claramente que «toda ciudad o familia dividida contra sí misma no se mantendrá en pie. Si Satanás expulsa a Satanás, está dividido contra sí mismo. ¿Cómo puede, entonces, mantenerse en pie su reino?» (Mt 12:25-26). De modo que era irracional y tonto que los fariseos atribuyeran los exorcismos de Jesús al poder de Satanás. Eso era una clásica mentira maliciosa y deliberada. Después de decir: «Si expulso a los demonios por medio del Espíritu de Dios, eso significa que el reino de Dios ha llegado a ustedes» (Mt 12:28), Jesús declara su advertencia: «El que no está de mi parte, está contra mí; y el que conmigo no recoge, esparce» (Mt 12:30). Advierte que no hay neutralidad, y ciertamente los que, como los fariseos se oponen a su mensaje están en contra de él. Inmediatamente agrega: «Por eso les digo que a todos se les podrá perdonar todo pecado y toda blasfemia, pero la blasfemia contra el Espíritu no se perdonará a nadie» (Mt 12:31). La difamación deliberada y maliciosa de la obra del Espíritu Santo por medio de Jesús, que los fariseos atribuían a Satanás, no sería perdonada. El contexto indica que Jesús estaba hablando de un pecado que no es simplemente incredulidad o rechazo de Cristo, sino uno que incluye: (1) Un conocimiento claro de quién es Cristo y del poder del Espíritu Santo que obra por medio de él; (2) un rechazo deliberado de los hechos acerca de Cristo que sus oponentes sabían que eran ciertos; y (3) atribuir maliciosamente la obra del Espíritu Santo en Cristo al poder de Satanás. En un caso así, la dureza del corazón sería tan grande que los recursos ordinarios para llevar a un pecador al arrepentimiento habrían sido ya rechazados. La persuasión de la verdad no funcionaría, porque estas personas ya habían conocido la verdad y la habían rechazado deliberadamente. Las demostraciones del poder del Espíritu Santo para sanar y dar vida no funcionarían, porque las habían visto y las habían rechazado. En esta situación no es que el pecado fuera en sí tan horrible que no pudiera ser cubierto por la obra redentora de Cristo, sino más bien que el pecador había endurecido de tal manera su corazón que ya estaba más allá de los medios ordinarios de Dios de ofrecer perdón por medio del arrepentimiento y la confianza en Cristo en cuanto a la salvación. Este pecado es imperdonable porque aísla al pecador del arrepentimiento y de la fe salvadora por medio de creer en la verdad.
Berkhof sabiamente define este pecado de la siguiente manera:
Este pecado consiste en el rechazo consciente, malicioso, deliberado y difamador en contra de la evidencia y convicción del testimonio del Espíritu Santo respecto de la gracia de Dios en Cristo, atribuyéndolo por odio y enemistad al Príncipe de la Tinieblas… al cometer ese pecado el hombre atribuye deliberada, maliciosa e intencionalmente lo que es claramente reconocido como la obra de Dios a la influencia y poder de Satanás.
Berkhof explica que el pecado en sí consiste «no en dudar de la verdad, no en negarla pecaminosamente, sino a una contradicción de la verdad que se opone a la convicción de la mente, a la iluminación de la conciencia e incluso al veredicto del corazón.
El hecho de que el pecado imperdonable implica un endurecimiento tan grande del corazón y falta de arrepentimiento indica que los que temen haberlo cometido, pero guardan tristeza en su corazón por haber pecado y desean buscar a Dios, no caen ciertamente en la categoría de los que son culpables de haberlo cometido. Berkhof dice que «podemos estar razonablemente seguros que los que temen haberlo cometido y se preocupan por ello, y buscan las oraciones de otros, no lo han cometido».»
Este concepto del pecado imperdonable encaja también bien con Hebreos 6:4-6. Allí las personas que cometen el pecado de apostasía han tenido toda clase de conocimiento y convicción de la verdad. Han sido «iluminadas» y han «saboreado el don celestial»; han participado de alguna manera en la obra del Espíritu Santo y han «experimentado la buena palabra de Dios y los poderes del mundo venidero», sin embargo deliberadamente se alejan de Cristo y «lo exponen a la vergüenza pública » (He 6:6). También se han situado más allá del alcance de los medios ordinarios de Dios para llevar a las personas al arrepentimiento. Son conocedoras de la verdad y están convencidas de ella, pero la rechazan deliberadamente. Primera de Juan 5:16-17, sin embargo, parece caer en otra categoría. Ese pasaje no habla de un pecado que jamás pueda recibir perdón, sino de un pecado, que si se persiste en él, lleva a la muerte. Este pecado parece involucrar la enseñanza de graves errores doctrinales acerca de Cristo. En el contexto de orar en fe según la voluntad de Dios (1 Jn 5: 14-15) Juan solo está diciendo que él no dice que podemos orar en fe para que Dios perdone ese pecado a menos que la persona se arrepienta, pero no está prohibiendo que oremos que los maestros heréticos se vuelvan de su herejía, se arrepientan y de ese modo encuentren el perdón. Muchas personas que enseñan errores doctrinales serios no han ido tan lejos como para haber cometido el pecado imperdonable y llegar al punto de la imposibilidad de arrepentimiento y de la fe a causa de su propia dureza de corazón.
Fuentes:
– Basic Theology, Charles C. Ryrie, Copyright, Editorial Unilit, Miami, Fl. U.S.A. © 1993 All right reserved.
– Systematic Theology by Inter-Varsity Press, Gran Bretaña, y The Zondervan Corporation, USA © 1994 Wayne Grudem
exelente tema mis amados hermanos
excelente artículo, me gustaría saber el autor de dicho artículo! bendiciones.
En la parte final del artículo están citadas las fuentes….
Saludos