Dios en medios de nosotros

“Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad.” Juan 1:14 

La encarnación del Verbo no fue solo un evento histórico o un acto simbólico; representó la culminación de la promesa divina de habitar con su pueblo. En el Antiguo Testamento, la presencia de Dios en el tabernáculo era un recordatorio constante de su santidad y cercanía. Sin embargo, esta presencia estaba mediada por sacrificios y ritos que apuntaban a la necesidad de un Redentor perfecto. Cuando Juan escribe que “el Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros”, está señalando que Dios no solo visitó a su pueblo, sino que literalmente tomó forma humana para identificarse con nuestra condición.

El verbo «skenoo» también evoca la fragilidad del tabernáculo. A diferencia de una estructura permanente como el templo, el tabernáculo era móvil y adaptable, un símbolo de la cercanía y disposición de Dios para caminar junto a su pueblo en el desierto de sus pruebas. Esto encuentra un paralelo poderoso en la vida de Cristo, quien, al tomar carne, no solo compartió nuestras alegrías, sino que también experimentó el sufrimiento, el hambre, el rechazo y finalmente la muerte.

En este sentido, el uso de “skenoo” no solo refleja la morada física de Cristo entre los hombres, sino también su disposición a vivir una vida de servicio y sacrificio, plantando su «tabernáculo» en un mundo caído para traer reconciliación y redención. Así, la gloria que los discípulos contemplaron no fue una manifestación aterradora o distante, como en el Sinaí, sino la gloria de un Dios que se dio a conocer en la gracia y la verdad (Juan 1:17).

Además, este tabernáculo encarnado prefigura el cumplimiento final de la redención, cuando Dios morará nuevamente con su pueblo de forma plena y eterna. Apocalipsis 21:3 dice: “He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios.” Este versículo conecta el pasado con el futuro, mostrando cómo el plan de redención comenzó con la presencia de Dios en el tabernáculo, se perfeccionó en Cristo, y se consumará en la Nueva Jerusalén.

La encarnación, por tanto, no es solo un acto teológico significativo, sino también un llamado a reflexionar sobre cómo nosotros, como creyentes, debemos reflejar esta misma gracia y verdad en nuestras vidas. Así como Cristo “plantó su tabernáculo” entre nosotros, somos llamados a ser templos del Espíritu Santo (1 Corintios 6:19), llevando su presencia al mundo que nos rodea.

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