«Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo.» — Romanos 5:1
La Salvación: Un Plan Completo
La palabra “salvación” en la Biblia es un término amplio y abarcativo. No se refiere a un solo evento o aspecto, sino a todo el plan de Dios para rescatar al pecador, desde la elección hasta la glorificación. Esta obra divina se desarrolla en lo que los teólogos llaman el ordo salutis, o «orden de la salvación», es decir, las etapas lógicas y cronológicas por las cuales Dios aplica la redención al creyente.
Dios escoge a sus redimidos desde la eternidad (Efesios 1:4-5), los llama eficazmente (Romanos 8:30), les da vida espiritual por medio del nuevo nacimiento (Juan 3:3-8; Tito 3:5), y luego ellos responden con fe y arrepentimiento (Hechos 2:38; 20:21). A partir de allí, Dios declara justo al creyente (Romanos 5:1; 3:24), lo adopta como hijo (Juan 1:12; Gálatas 4:5), comienza a transformarlo a la imagen de Cristo (1 Tesalonicenses 4:3; Hebreos 12:14), lo sostiene en la fe hasta el fin (Filipenses 1:6; 1 Pedro 1:5), y finalmente lo glorifica (Romanos 8:30; 1 Corintios 15:52-53).
De todas estas etapas, el punto que nos concierne en este estudio es la justificación.
¿Qué es la Justificación?
La justificación es el acto legal por el cual Dios declara justo al pecador que cree en Jesús, no por sus obras, sino por la obra perfecta de Cristo. Es un término forense, es decir, legal y judicial. No describe un cambio interno en el alma, sino un cambio de estatus ante el tribunal de Dios: de condenado a justificado.
Trasfondo Judicial en el Mundo Grecorromano
En la cultura grecorromana del tiempo de Pablo, la justificación era un término propio de los tribunales. El juez declaraba a una persona “justa” o “culpable” según la evidencia presentada. Esta declaración no transformaba internamente al acusado, sino que le confería un nuevo estatus legal. Cuando alguien era absuelto, el tribunal emitía una sentencia escrita de absolución (absolutio), y esa persona quedaba libre, no porque no hubiera cometido delito, sino porque la ley había sido satisfecha o la causa había sido retirada.
Los lectores de la epístola a los Romanos, familiarizados con ese lenguaje, habrían comprendido que Pablo estaba hablando de una declaración legal irrevocable. Si Dios, el supremo Juez, te ha declarado justo, nadie puede revertirlo:
“¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica.”
— Romanos 8:33
En un contexto cultural donde César era considerado juez y salvador, Pablo presenta a Jesucristo como el único mediador y dador de verdadera paz.
La Anulación del Expediente Legal
Pablo explica aún más en Colosenses:
“Y a vosotros… os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados, anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz.”
— Colosenses 2:13-14
El “acta de decretos” representa un registro legal de nuestras culpas. Cristo no solo la cancela, sino que la clava en la cruz. Es como si nuestro expediente judicial fuera sellado con la sangre del Hijo y archivado para siempre. Esto es justificación: una resolución divina, registrada y sellada en el tribunal celestial.
Exégesis de Romanos 5:1
“Justificados, pues, por la fe”
La palabra griega dikaiōthentes (“habiendo sido justificados”) está en aoristo pasivo, lo que indica una acción completa y pasada, no realizada por nosotros, sino aplicada sobre nosotros. La justificación no es un proceso ni un esfuerzo humano; es un acto jurídico de Dios que se basa en la obra de Cristo y se recibe por la fe.
“Si hubiere pleito entre algunos, y acudieren al tribunal para que los jueces los juzguen, estos absolverán al justo y condenarán al culpable.”
— Deuteronomio 25:1
Este versículo muestra que “justificar” significa declarar justo según la ley, no transformar al acusado.
“Tenemos paz para con Dios”
El verbo griego echomen puede leerse como indicativo (“tenemos”), lo cual es más adecuado al contexto. Pablo no está hablando de una sensación interna de paz, sino de una realidad judicial: el fin de la enemistad entre Dios y el pecador. Ya no estamos bajo condenación:
“Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús.”
— Romanos 8:1
Es la reconciliación con Dios. Dios ya no es nuestro juez condenador, sino nuestro Padre reconciliado. Es como el fin de una guerra: se firmó el tratado con la sangre de Cristo. El juicio ha terminado.
¿Qué clase de paz es esta?
No es la paz emocional que Jesús promete en Juan 14:27:
“La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da.”
— Juan 14:27
Esa es una paz interna y espiritual. La paz de Romanos 5:1 es externa y legal: paz con Dios, no necesariamente la paz de Dios (que vendrá como fruto). Es el resultado objetivo de la justificación.
“Por medio de nuestro Señor Jesucristo”
Toda la obra de la justificación es mediada por Cristo. No es nuestra fe la que salva, sino Cristo, el objeto de nuestra fe. Él es el canal por el cual Dios el Padre nos justifica. No tenemos acceso a Dios sin Él:
“Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre.”
— 1 Timoteo 2:5
Cristo vivió perfectamente (Mateo 5:17) y su obediencia es acreditada a nosotros (Romanos 5:19). Luego murió como sustituto, cargando nuestro castigo (Isaías 53:5-6; Romanos 3:25-26). Solo por Él podemos ser declarados justos.
Conclusión: ¿Cómo somos justificados?
Somos justificados:
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Sola fide: solo por la fe (Romanos 3:28; 4:5)
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Sola gratia: por pura gracia, sin méritos (Romanos 3:24)
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Solus Christus: por la obra de Cristo, no por la nuestra
Pablo nos enseña que la fe es el instrumento, Cristo es el fundamento, y la gracia es el origen.
La justificación es un acto (no un proceso), legal (no emocional), por fe (no por obras), por gracia (no por mérito), y se basa enteramente en Cristo (no en nosotros).