El divorcio entre cristianos

El matrimonio es una institución divina establecida por Dios desde la creación (Génesis 2:24), y en la Biblia se presenta como un pacto sagrado entre un hombre y una mujer. Jesús reafirmó la santidad del matrimonio al decir: «Por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre» (Mateo 19:6). Sin embargo, debido a la caída del hombre y la dureza del corazón (Mateo 19:8), el divorcio se convirtió en una triste realidad en la historia de la humanidad, incluso entre cristianos.

La enseñanza bíblica sobre el matrimonio destaca la fidelidad, el amor sacrificial y la permanencia. Efesios 5:22-33 compara el matrimonio con la relación de Cristo y la Iglesia, llamando a los esposos a amar a sus esposas como Cristo amó a la Iglesia, y a las esposas a respetar a sus maridos.

Dios expresa claramente en Malaquías 2:16 que aborrece el divorcio porque destruye la unidad que Él diseñó. Sin embargo, la Escritura también reconoce que en un mundo caído, hay situaciones en las que el matrimonio se fractura de manera irreversible.

Antes de considerar el divorcio, es fundamental que ambas partes hagan todo lo posible por restaurar la relación. La Biblia enfatiza la reconciliación y el perdón como principios esenciales en la vida cristiana (Mateo 18:21-22; Colosenses 3:13). El diálogo, la consejería matrimonial basada en la Palabra de Dios, el arrepentimiento genuino y la búsqueda de dirección espiritual son pasos que deben agotarse antes de tomar una decisión definitiva. Romanos 12:18 nos exhorta: «Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos». Esto incluye la restauración del matrimonio, siempre que ambas partes estén dispuestas a trabajar en ello.

Aunque el divorcio no es el ideal, Jesús reconoció que en ciertos casos es permitido. En Mateo 19:9, Él declara: «Y yo os digo que cualquiera que repudia a su mujer, salvo por causa de fornicación, y se casa con otra, adultera». La palabra griega «porneia» usada en este versículo se refiere a inmoralidad sexual en sentido amplio, lo que implica que el adulterio puede romper el vínculo matrimonial de tal manera que la reconciliación se vuelve imposible.

Pablo también aborda el tema en 1 Corintios 7:15, afirmando que si un cónyuge no creyente decide abandonar al creyente, este «no está sujeto a servidumbre en semejante caso». Esto indica que el divorcio es permitido en casos de abandono, pues la paz y el bienestar del creyente no deben ser sacrificados por la obstinación del incrédulo.

Si bien la Escritura no menciona explícitamente el abuso físico o emocional como causa de divorcio, sí deja claro que el matrimonio debe ser un reflejo del amor de Cristo. Efesios 5:25-29 describe al esposo como alguien que cuida y protege a su esposa. Cuando hay violencia o peligro, buscar ayuda y separarse puede ser la única opción viable. La protección de la vida es prioritaria (Salmo 82:4; Proverbios 22:3).

Aun cuando el divorcio ocurre, la Biblia ofrece restauración y esperanza. Dios es misericordioso y puede traer sanidad a quienes han pasado por esta dolorosa experiencia. En Isaías 61:1-3, Dios promete consolar a los quebrantados de corazón y dar «manto de alegría en lugar del espíritu angustiado».

El divorcio entre cristianos nunca debe tomarse a la ligera, pues es contrario al propósito original de Dios para el matrimonio. Antes de llegar a esa decisión, es crucial buscar todas las formas posibles de restaurar el hogar, mediante la oración, el perdón y la consejería cristiana. Sin embargo, la Biblia permite el divorcio en casos de adulterio y abandono, y se pueden aplicar principios bíblicos en situaciones de abuso. Aun cuando el matrimonio se rompe, Dios sigue obrando en la vida de los creyentes, brindando restauración, consuelo y nuevas oportunidades para vivir conforme a Su voluntad.

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